En su negociación con ETAsuna Zapatero desperdició la victoria cuando parecía posible porque Aznar se la dejó con la soga al cuello, a falta solo de apretar el nudo corredizo, aceptó la derrota del Estado cuando no había necesidad y, finalmente, hizo un pacto hispanicida con el terrorismo separatista cuyas consecuencias no están en lo que ahora dice, sino en lo que calla desde el principio.
Hay una notable diferencia entre no ser muy valiente y ser un cobarde y un traidor. Esa diferencia se llama Zapatero, un títere político al que las urnas arrojaron sobre La Moncloa como una pleamar de mierda. Cualquiera con un mínimo de inteligencia y de independencia de criterio sabía lo que iba a suceder con esa mascarada siniestra a la que Zapatero y sus cómplices llamaron “proceso de paz”. Cualquiera con la elemental intuición para valorar sucesos venideros podía avizorar lo que finalmente ha ocurrido. No se trataba más que de poner palabras a lo obvio, pues es evidente que cuando el enemigo quiere dialogar significa que no puede seguir luchando y que, en esas circunstancias, un enemigo que ofrece “ayuda” es doblemente peligroso. Ya se han puesto palabras a lo obvio. Ya tenemos las pruebas de las certezas morales de antaño. Ya sabemos, por las actas de la negociación de Zapatero con ETAsuna en Oslo, que Gómez Benítez, el correveidile de Zapatero, les ofreció a los asesinos impunidad y que ante ellos se ufanó del chivatazo del Faisán. Sabemos que ETAsuna aprovechó la “tregua” para rearmarse y pertrecharse de explosivos y que Zapatero, sabiéndolo, siguió negociando. Sabemos que el atentado de la T4 de Barajas fue la llave que abrió la celda de Iñaqui de Juana Chaos porque un hombre débil que no conoce el honor, un hombrecillo pequeño de discurso insignificante, podrido de miedo y mentiras, estuvo siempre dispuesto a ofrecerle a ETAsuna mucho más de lo que los asesinos exigían en la mesa de negociación, porque ese hombrecillo carece de sentido de la responsabilidad ante la Patria, ante el Pueblo y ante su propia conciencia.
Entre los escombros de la T4 de Barajas yace la esperanza de acorralar a ETAsuna en la certeza de una aniquilación segura, mientras Zapatero se movía entre la basura abertzale comerciando con el dolor y la memoria de las víctimas a las que pretendió enterrar en una tumba sin nombre porque sabe que el olvido, como un viejo cortinaje, acabará cubriendo su recuerdo. Zapatero cedió a las pretensiones y al chantaje de ETAsuna, y ETAsuna, que olió su miedo, elevó sus exigencias porque sabía que Zapatero es un cobarde y un traidor claudicante que se dejaba sodomizar por el separatismo vasco-catalán, y que la negociación y el “proceso de paz” pasarían por el aparato digestivo de los españoles como una rata por una alcantarilla, ya que los españoles tenemos las tragaderas tan dilatadas y tan bien lubricadas como corta es nuestra memoria y volubles nuestros sentimientos. Hace muchos años que dejamos de ser una Nación y un Pueblo para convertirnos en una aglomeración de zampabollos.
Prisionero del Sistema que “nos hemos dado” sólo tengo la libertad de despreciarlos a todos, desde el PSOE y el PP al último comemierda del separatismo con representación parlamentaria, mientras todos ellos preparan el tálamo en el que violarán a Navarra en ese burdel al que llaman Euskalherria. En Roma, a los traidores los arrojaban al vacío desde la Roca Tarpeya; en España los hacemos presidentes del Gobierno y diputados.
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