Si Sánchez no quisiera de verdad gobernar con Podemos ni estuviese dispuesto a investirse con la colaboración de los separatistas y/o Bildu, podría hacer varias cosas que no ha hecho simplemente porque no ha querido. La principal, ofrecerle a Rivera un pacto formal, de coalición o de legislatura, que lo pusiera en un serio compromiso. Un acuerdo, como aquel «del Abrazo», en el que se recogiesen por escrito medidas que los votantes del partido naranja puedan entender como un beneficio.
Propuestas como bajar los impuestos -o al menos no subirlos-, reformar la ley electoral y el sistema de nombramientos judiciales o garantizar que no habrá indulto a los golpistas que salgan condenados en el juicio. Eso dejaría al líder de Cs ante el grave problema de asumir una responsabilidad de Estado o persistir en un rechazo muy mal comprendido: en cualquiera de los casos, su decisión lo enfrentaría a sus propias contradicciones aproximándolo al suicidio político.
Pero el presidente no está en eso porque sus preferencias van desde el inicio orientadas en otro sentido, como prueba el hecho de que Pablo Iglesias sí ha recibido una oferta de colaboración concreta que el otro socio potencial no ha visto, o que en las presidencias de Congreso y Senado haya sentado a dos personas proclives a entenderse con el soberanismo.
Lo que Sánchez dice pretender -porque es imposible que se lo crea- es que Ciudadanos e incluso el PP se abstengan, por mero patriotismo (?) y a cambio de nada, para que él pueda gobernar con la extrema izquierda. Viniendo del autor de la célebre tautología del «no es no», del hombre que hizo del bloqueo a Rajoy una palanca para su carrera, del candidato que se presentó como el dique frente a «las tres derechas», ese propósito representa un insulto a la inteligencia, un guiño cínico, una mueca burlesca.
Hasta como operación de propaganda resulta chapucera; él mismo la ha saboteado al mostrar en Navarra sus cartas auténticas desdeñando la abstención que le brindó UPN con nobleza ingenua. Quizá lo que más sorprenda es que haya corifeos mediáticos dispuestos a empeñar su reputación en defender esta pésima comedia.
Como una vez le confesó a Évole, cuando lo acababan de destituir y se sentía abatido por su brusco destierro, la fórmula Frankenstein es su modelo y si de algo se arrepentía es de no haberla llevado antes a efecto. Lo hizo en cuanto recobró el aliento y a ella debe su éxito.
Si la vuelve a utilizar será porque le gusta, porque se la cree, no porque no tenga otro remedio. La alianza frentepopulista es la clave de su proyecto: la base de una legislatura que arrincone a la derecha y al centro para proceder, al modo de Zapatero, a un cambio constituyente encubierto.
Que lo consiga o no dependerá de la capacidad de resistencia de un liberalismo maltrecho que lo único que no puede hacer es empezar concediéndole el visto bueno.
Ignacio Camacho ( ABC)
viñeta de Linda Galmor
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