viernes, 14 de junio de 2019

LES CAERÁ UN CARRO DE CÁRCEL


Estoy muy de acuerdo con la frase final del -sensiblero- alegato de Jordi Sánchez: «Confío en que la justicia llegue». Yo también. Como un simple ciudadano español confío en que les caigan un porrón de años de cárcel a aquellos que desde sus posiciones de poder en un Gobierno autonómico armaron una revuelta organizada para destruir mi país (que por ahora, y me temo que por muchísimo más tiempo del que creen, es también el suyo).
Al igual que el poético Jordi Sánchez, confío en que haya justicia. Y una sentencia liviana para aquellos que maquinaron con obstinación para destruir el Estado no supondría una decisión justa, sino una grave burla a las leyes que nos obligan a todos.
Las normas son las que son, las únicas que tenemos. La milonga de los golpistas de que la ley debe quedar en suspenso ante los sentimientos abriría la puerta al rodillo del más fuerte, a la barbarie. Sería la antítesis de lo que hemos convenido en llamar civilización.
Los acusados han cultivado una ideología nacionalista, autoritaria y antidemocrática, lo cual coincide con la definición exacta de la palabra «fascismo» (de ahí tal vez su curiosa afición a las camisas negras, que puso de moda en su día la Milizia Volontaria per la Sicurezza Nazionale de un tal Mussolini).
Los alegatos de ayer nos mostraron a unos acusados que levitaban ante el tribunal repartiendo paz, amor, flores y pachuli. Los políticos que en octubre de 2017 se sublevaron contra España parecían en el Supremo unos entrañables hippies salidos del festival de Woodstock.
El cerebro del golpe, Junqueras, haciendo el ridículo sin pudor, reiteró su pantomima santurrona y su patología mentirómana. Citó a Petrarca y proclamó que todas sus acciones estuvieron marcadas por «la bondad».
Bondad es ahora denigrar a tus vecinos por motivos supremacistas, engañar al pueblo catalán sobre la realidad de las balanzas fiscales y mentir sobre las posibilidades económicas de una Cataluña independiente. Bondad es malversar fondos públicos de todos los catalanes para ponerlos al servicio de una obsesión quimérica, que más de la mitad de la población rechaza.
Bondad es desoír con chulería displicente todas las advertencias de que no burlase la ley, pues se arriesgaba a la situación carcelaria en que hoy se encuentra. Bondad es crear un innecesario y enconado conflicto entre catalanes, que incluso ha roto familias. Bondad es acosar en los colegios a los hijos de los guardias civiles, arrojar estiércol delante de los juzgados, acosar la vivienda del juez Llarena, hacer la vida imposible a los que creen en España, destrozar coches policiales.
Ningún Estado del planeta tolera impertérrito que lo intenten tronzar, y menos que se haga desde cargos públicos y con un ataque frontal a la ley. Eso se sanciona penalmente en todo el planeta, y eso es lo que hará la Justicia de la democracia española, una de las más garantistas del orbe.


(PD: Crucemos ahora los dedos para que los apuros de Sánchez para aprobar sus presupuestos no se intenten solventar con la palabra «indulto». Supondría el insulto final a los españoles).

Luis Ventoso ( ABC )

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