Esquerra y el PDECat piensan que Puigdemont es un idiota y querrían poder pactar con Pedro Sánchez los presupuestos y su regreso a la mesa de los mayores. Pero no se atreven a discutirle al fugado absolutamente nada porque temen que sus bases hiperventiladas les llamen traidores y cobardes.
Que en el fondo es lo que son, porque de un lado mandaron a la turba a partirse la cara sabiendo que la habían engañado, y que nada tenían preparado, y del otro no se atreven a reconocer que no existe la república, ni la independencia a la vuelta de la esquina, ni nada que no sea volver al autonomismo de siempre, como hizo el PNV tras el fracaso de Ibarretxe.
Puigdemont sabe cómo explotar las debilidades de sus enemigos, que no son ni PP ni PSOE, ni Ciudadanos ni Vox, sino los que le discuten la hegemonía en el independentismo. Derrotó a Junqueras el 21-D y quiere volver a hacerlo en las europeas: por eso ha decidido presentarse, aún sabiendo que no podrá ni recoger el acta de diputado; y por ello de la lista del Congreso ha barrido a los moderados y ha puesto a presos y a felpudos de obediencia automática con los que intentará bloquear la política española hasta que alguien se ofrezca a arreglarle lo suyo o a negociar la autodeterminación. Carles Campuzano, uno de los barridos, sólo se ha atrevido a criticarle cuando ha sido sin remedio defenestrado. Le ha llamado incompetente: y lo es.
En Esquerra le llaman, siempre en la intimidad, cosas peores, que también son ciertas, pero hasta que no tengan la valentía de tirar de la sábana del fantasma, el espectro del forajido les continuará arrebatando hasta la más pequeña victoria que crean tener al alcance. A fin de cuentas, Puigdemont es un convergente de toda la vida y sabe cómo jugar a las sombras con las esperanzas de los demás: dicho de otro modo, no es lo mismo conocer Waterloo que estar pudriéndose en la cárcel.
Salvador Sostres ( ABC )
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