jueves, 20 de diciembre de 2018

VOX

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Tras descalificarlo con todo tipo de insultos -ultras, fascistas, machistas, xenófobos, antieuropeos, franquistas-, resulta que ha crecido en Andalucía más que nadie. Sumiéndolos en un enorme desconcierto. Unos lo atribuyen a que muchos seguidores se quedaron en casa, al dar por segura la amplia victoria, por lo que sólo necesitan movilizarlos.
Otros lo achacan a la llegada a España, tarde, como todo, de la extrema derecha que barre Europa por lo que no hay que hacerle caso. Olvidando la explicación más simple: que los andaluces, cuyo fino olfato nadie niega, pueden haberse dicho: si quienes nos gobiernan y se forran desde tiempo inmemorial, hablan tan mal de Vox, algo bueno debe tener. Aparte de darse cuenta de que su régimen de cortijo no da más de sí.
Veo a Vox como producto de la indignación de las víctimas de la última gran crisis económica, que reproletarizó a la clase media creada por el capitalismo benévolo y la socialdemocracia, padres de la sociedad de consumo y del Estado de bienestar. Funcionó durante la segunda mitad del siglo XX, el mejor de la historia de Europa en crecimiento económico y ampliación de libertades.
Llegamos incluso a creer que habíamos llegado al mundo feliz a caballo de la economía de mercado y la democracia parlamentaria. Pero ha terminado siendo víctima de su propio éxito. Si la democracia no puede dar a todos cuanto piden, el Estado de bienestar termina gastando más de lo que ingresa, con lo que el desplome financiero de 2008 era una tragedia anunciada.
Por otra parte, la explosión de las comunicaciones ha convertido el planeta en una auténtica «aldea global», en la que se ve y oye cuanto ocurre en todas partes al mismo tiempo. El mercado traslada la producción a los lugares de sueldos más bajos y quienes viven en los lugares más castigados por guerras, faltas de recursos y malos gobernantes están dispuestos a jugarse la vida, que es lo único que les queda. para alcanzar «un lugar en el sol», aunque sea bajo un puente, allí donde brille.
Igualmente lógico es que, en esos lugares, surja un temor a las invasiones, un renecer del nacionalismo y un deseo de castigar a los dirigentes que les habían prometido Jauja, cuando sólo lo era para ellos. En el resto de Europa hace ya tiempo que crecen los «indignados». En España dieron su voto a Podemos y Ciudadanos, que ofrecían novedad frente a los partidos tradicionales, en 2014.
Pero cuatro años después, no ofrecen más que los viejos. Vox es el nuevo chico en el barrio, y atrae a los descontentos de ambos bandos. De que logre mantenerlo en la próxima tanda de elecciones dependerá que se consolide como alternativa o como muleta de los de siempre. Mientras tanto, el juego de tronos de cuatro se ha convertido en uno de cinco, lo que lo hace más disputado, más incierto, más fiero, como es hoy la escena política española. Abróchense los cinturones de seguridad.
José María Carrascal ( ABC )

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