SUEÑO ESLOVENO, HÚMEDO Y SANGRIENTO
Yo estaba allí, el 26 de junio de 1991, en el momento y en el lugar en que comenzó a aplicarse la «vía eslovena» que tanto seduce a Quim Torra como ejemplo para acelerar la independencia de Cataluña. Allí, en la autopista de Zagreb a Liubliana, no lejos de los límites entre ambas repúblicas, junto a aquellos cadáveres humeantes de seis reclutas del ejército yugoslavo JNA carbonizados en el interior del blindado de ruedas (BMR).
Uno había logrado abrir la puerta, pero ninguno consiguió salir. Les habían alcanzado con un lanzagranadas miembros de la Defensa Territorial eslovena. Aquellos jovencitos hechos estatuas de tizón quedaron en mi retina y memoria como las primeras víctimas de la guerra abierta en Yugoslavia. En Eslovenia esa guerra duró diez días, con menos de cien muertos. En el resto de aquel efímero y artificial estado duraría casi diez años y se cobraría cientos de miles de muertos.
Pues la guerra breve eslovena le tienta a ese repugnante compatriota nuestro. Se fue a Eslovenia a montar una farsa de visita oficial y volvió de Liubliana convencido de haber descubierto la pólvora. Con la forma mágica de desatascar esa aventura del separatismo en la que se les ha dejado creer demasiado tiempo. La «vía eslovena» como fórmula eficaz y barata en vidas. Que con unas decenas de muertos lograría el desistimiento de España y dejaría expedito el camino de la independencia. Torra es un fanático de fantasías dementes. Y un golpista que debería estar en prisión. Pero además es un peligroso ignorante.
Porque la guerra breve y limpia de Eslovenia para imponer su independencia se debió a que el ejército federal no defendía realmente las fronteras de una Yugoslavia muerta ya para quienes decidían, Slobodan Milosevic y los generales serbios. Su objetivo bélico real era ya la gran Serbia que llega allá donde hay tumbas serbias y comunidades ortodoxas, inexistentes en la católica Eslovenia.
Muy al contrario que en Croacia. El débil despliegue militar del ejército federal solo tenía dos razones, la cosmética de cara al exterior, para pretender que Belgrado defendía sus fronteras internacionales. Y la recogida de propiedad de sus bases en Eslovenia, en especial de las fronteras con Austria e Italia.
El 25 había sido proclamada la independencia de esta república étnicamente homogénea, sin minoría religiosa ni legado serbio alguno. El 7 de julio, recogidos propiedades y documentos de los cuarteles, el ejército yugoslavo, en realidad ya panserbio, abandonaba una Eslovenia que a Milosevic y a sus generales importaba un carajo.
Hay que ser demente para creer que esas condiciones eslovenas pudieran servir a Torra y a sus terroristas desaliñados de los CDR, aun con armas de los mozos, con «matar un poco», imponer el desistimiento de las instituciones españolas, el ejército la primera, con un mandato existencial de preservar la unidad de España. Pero lo cierto es que Torra busca poner muertos sobre la mesa para disparar el precio de su fracaso.
Y cree contar con aliados en los comunistas de Podemos que llaman abiertamente a la violencia y en la voluntad «antifascista», en realidad antiespañola del aparato mediático izquierdista en España, que vuelve a mostrar brutalmente su vocación totalitaria, con LaSexta organizando pogromos contra los votantes de VOX. El sueño húmedo de sangre de la «vía eslovena» es un delirio más de Torra.
Pero los españoles deben ser conscientes de que hay planes evidentes para una escalada de violencia que cuenta con la colaboración de sectores radicales de una izquierda que ha entrado en pánico en toda España ante la reacción, para ellos inesperada, de una maltratada nación que sale del letargo y está harta del abuso y la mentira.
Hermann Tertsch ( ABC )
viñeta de Linda Galmor
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