El primer choque con la realidad de las urnas, este último domingo en Andalucía, ha dado la razón a quienes, desde dentro y fuera del PSOE, venían advirtiendo del craso error cometido por Pedro Sánchez al mantener una alianza objetiva con unas formaciones de corte nacionalista, embarcadas en un proyecto de ruptura de España y que sólo pretendían, como se ha demostrado, eludir la acción de la Justicia mediante el justiprecio de sus votos.
Que el líder de un partido con vocación de Estado, enmarcado en la moderna izquierda democrática europea y, sobre todo, inscrito en el marco constitucional haya creído que su victoria en las primarias socialistas era una especie de patente de corso frente a sus electores, que le autorizaba a pactar con quienes se encuentran en la antípodas del tradicional ideario socialdemócrata sólo se explica desde la ambición política personal.
Sin duda, la candidata socialista andaluza, Susana Díaz, habrá tenido buena parte de la responsabilidad en el cataclismo que ha sufrido el partido en el que fue su gran feudo y su principal granero de votos, pero ni el presidente del Gobierno ni quienes conforman el actual núcleo dirigente del PSOE pueden lavarse las manos ante lo sucedido y, muchos menos, exigir la cabeza de la candidata sin poner primero las suyas en el tajo de la dimisión.
Cabría esperar una rectificación de la política entreguista de Sánchez, pero mucho nos tememos que, haciendo de la necesidad virtud, el inquilino de La Moncloa pretenda agitar el espantajo del fascismo para eludir la lógica interpretación de los hechos y buscar en el discurso del miedo, tan manoseado por la izquierda española, los apoyos perdidos para la aprobación de los Presupuestos del Estado.
Como si a los separatistas catalanes o a los herederos del terrorismo vasco les fuera a impresionar una de esas campañas propagandísticas en las que han sido maestros. Y lo mismo reza para la mayoría del cuerpo social, vacunada de retórica tremendista y veterana en «cordones sanitarios» que siempre, en pura lógica democrática, acaban en nada.
Escuchar a los nuevos jefes socialistas y, especialmente, a la vieja izquierda comunista que hoy representa Podemos alertar de que la democracia está en peligro sólo puede provocar un desdén irónico en ese mismo cuerpo social que asiste desde hace dos años a los ataques inmoderados contra el sistema constitucional, contra sus principales instituciones, como la Monarquía, y contra la integridad territorial de la Nación por parte, precisamente, de quienes ahora se rasgan las vestiduras por la emergencia de un partido de derecha populista, trasunto de los que se mueven en el otro extremo del marco ideológico.
VOX podrá gustar más o menos, pero no es una formación fascista, ni mucho menos, que pretenda la destrucción del ordenamiento constitucional. Pero es que, además, Pedro Sánchez insiste en el error de pretender el apoyo de los nacionalistas y de los proetarras sin poder pagar el precio que ellos han puesto. Comprendemos que el poder y sus fastos puedan nublar la realidad, más si en rededor se mueven profetas de la confusión, como el director del CIS,
José Félix Tezanos, pero no hasta el punto de no acusar lo ocurrido en Andalucía, donde una parte del cuerpo electoral socialista ha decidido quedarse en casa para no tener que refrendar con su voto una política que no desean para su país y otra, directamente, se ha pasado a VOX o a Ciudadanos. Pedro Sánchez tiene que convocar elecciones y liberar a su partido de la hipoteca nacionalista. O esperar un hundimiento mayor.
La Razón
viñeta de Linda Galmor
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