En Andalucía, cuatro décadas después, las urnas han sido adversas al PSOE y, en cierto modo, a la izquierda en general. Simplemente, significa el final de un régimen y un cambio histórico para una comunidad española que, prácticamente, desde que se recuperó la democracia no había conocido otro tipo de gobierno y en la que ahora se abre la posibilidad de experimentar una nueva política y un nuevo estilo de gestión que corrija las innegables, por evidentes, carencias de una de las regiones con más proyección de futuro de España, pero a la que se había hecho tascar el freno del populismo y del sectarismo ideológico.
Ni siquiera se puede hablar en puridad de una «amarga victoria» de la candidata socialista, Susana Díaz, porque, si bien ha sido la más votada, su retroceso se ha producido frente a una derecha fragmentada en tres partidos, que, en conjunto, ha sumado el 50 por ciento de los votos emitidos y tienen una mayoría absoluta más que suficiente en escaños, 59, incluso tras haber pagado el peaje que impone nuestro sistema electoral a la fragmentación del sufragio.
Tres partidos, PP, Ciudadanos y VOX, que, pese a sus diferencias programáticas, comparten un proyecto para una España unida y, sobre todo, operan sobre una base social homogénea, que ha enviado con sus votos un mensaje inequívoco: el de la voluntad de un cambio profundo en Andalucía. No parece probable que esos votantes, que son reflejo de los del resto de España, no acusen en próximas convocatorias electorales cualquier paso en falso de sus dirigentes.
Era evidente, de hecho ha formado parte notable de la campaña socialista, que la secretaria general del PSOE andaluz iba a agitar el fantasma de la extrema derecha de VOX, como muleta tras la que parapetarse, una legislatura más, en la Junta de Andalucía.
Pero se trata de una argucia política, por otra parte ya manoseada por los socialistas con sus apelaciones a tender «cordones sanitarios» frente a la derecha que representaba el Partido Popular, que debería tener el menor recorrido. VOX, en efecto, representa un extremo del arco ideológico, pero en la misma medida que lo hace la extrema izquierda de Podemos, con la que el PSOE no ha tenido el menor reparo en pactar, tanto a la hora de apoyarse en sus votos, como cuando se ha tratado de entregarle el poder en ayuntamientos como los de Madrid o Barcelona.
Con una diferencia notable, VOX no pone en duda ni la soberanía nacional ni los principios de la democracia representativa. El partido que preside Santiago Abascal ha irrumpido en la política española, tal vez, bruscamente, pero hay que suponer que lo ha hecho para quedarse. Hay, sin embargo, un claro vencedor en estos comicios autonómicos, al menos, en lo que tienen de proyección en el panorama político general.
Nos referimos al nuevo presidente del Partido Popular, Pablo Casado, que, pese al escaso tiempo transcurrido desde el proceso de primarias, ha sido determinante en los buenos resultados de los populares andaluces. Casado, en efecto, se ha volcado en esta campaña como nunca lo había hecho un dirigente nacional del partido, ha dado un respaldo inequívoco a su candidato, Juan Manuel Moreno Bonilla, y, sin duda, ha contribuido decisivamente a que el Partido Popular andaluz mantuviera su segunda posición en un Parlamento autonómico cada vez más fragmentado, y en unos momentos de profundos cambios políticos y de tensiones sociales en la vida pública española y europea. Pablo Casado ha salido reforzado en el envite andaluz y puede afrontar los próximos desafíos electorales con mayor seguridad, aunque sin perder de vista que ahora disputa su espacio ideológico natural con otros dos partidos.
Pero el hecho evidente, por el que pocos apostaban, es que el líder del PP andaluz puede ser el próximo presidente de la Junta, por poco que Ciudadanos respete la lógica de los resultados y que VOX actúe dentro de la responsabilidad institucional. Sin duda, no va a ser fácil afrontar ese acuerdo postelectoral, pero, en definitiva, es por lo que han votado los andaluces, para que el PSOE salga del Gobierno.
En este sentido, la situación que se abre al Partido Socialista y, sobre todo, a su secretario general y actual presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, es muy compleja. Una vez más, bajo su liderazgo, los socialistas han conseguido empeorar los peores resultados de su historia –en Andalucía se han quedado por debajo del 30 por ciento de los votos–, lo que sólo confirma su tendencia descendente de los últimos años.
Una situación de caída libre que no puede ya explicarse en la irrupción de Podemos, puesto que la formación que preside Pablo Iglesias también se halla en franco retroceso y no consigue rentabilizar ni el mal momento socialista ni la fagocitación de Izquierda Unida. Que en Andalucía haya perdido la izquierda su hegemonía de décadas, debería hacerle repensar sus amistades con el nacionalismo disgregador.
La Razón
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