La bandera de la regeneración democrática enarbolada por Pedro Sánchez desde su llegada a La Moncloa fue un espejismo de propaganda política que se ha desvelado como una verdadera estafa. Tras las justificadas dimisiones de Màxim Huerta y de Carmen Montón, el Gobierno ha decidido olvidarse de sus promesas de transparencia y ha impuesto el silencio como pauta de comportamiento.
El primero que se negó a dar explicaciones fue el propio Sánchez, de cuya fraudulenta tesis los españoles no han podido saber nada, ni cómo se redactó ni cómo se formó el tribunal que le concedió la máxima nota. Como tampoco se pudieron conocer los detalles de la sociedad creada por Pedro Duque para pagar menos impuestos por su chalé, ni por qué se mantuvieron en su puesto Dolores Delgado, a pesar de que quedó demostrado que se reunió varias veces con el corrupto comisario Villarejo, o Borrell, tras conocerse que la CNMV le impuso una multa por usar información privilegiada cuando era consejero de Abengoa.
Y para no dejar en evidencia al que supuestamente era el Gobierno más cualificado de la democracia, Isabel Celaá salió ayer en defensa de la ministra de Economía, Nadia Calviño, y de la secretaria de Estado de Deportes, María José Rienda, pese a que ambas crearon sendas sociedades instrumentales para pagar menos impuestos. La primera cuando se compró una casa; la segunda, según publicó este periódico, a la hora de tributar por sus ingresos sobre derechos de imagen en su etapa de esquiadora profesional.
Al igual que han hecho Calviño y Rienda, Celaá se negó a dar más explicaciones y a valorar un comportamiento tributario que, antes de ser presidente, Sánchez consideraba poco ético, tal y como expresó en Telecinco en 2015 en referencia a Monedero: “Es inmoral crear una sociedad interpuesta para tributar la mitad de lo que le correspondería”. Esa persona, concluyó tajante, “al día siguiente estaría fuera de mi Ejecutiva”. Callar ahora es un acto de cinismo que no se merecen los ciudadanos españoles.
Quizá por eso Susana Díaz ha intentado marcar distancias con Pedro Sánchez, ante el que perdió en las primarias para ocupar la secretaría general del PSOE y con quien nunca ha mantenido una relación fluida. En la que quizás sea la campaña más personalista de cuantas hayan protagonizado los socialistas andaluces, con una candidata que ha adoptado los métodos populistas de primar su nombre antes que el del partido, Díaz aludirá lo menos posible a la política nacional.
Y limitará a solo dos días la presencia del presidente en Andalucía e intentará no coincidir con los ministros que participen en la campaña. Díaz sabe que más que una ayuda, Sánchez y su Gobierno podrían convertirse en un lastre para revalidar su mayoría en las urnas, ya que los votantes andaluces se muestran bastante críticos con la alianza del líder socialista con los independentistas catalanes, de quienes en última instancia depende la aprobación de los Presupuestos.
En Andalucía, los asuntos relativos a la unidad de España y a la solidaridad interterritorial, cuestionadas discursivamente desde Cataluña, pueden pasar factura a una candidata que nunca ha ocultado sus deseos de dar el salto a la política nacional. Los andaluces, sin embargo, tienen la oportunidad de mostrar su rechazo a un Gobierno que en tan solo seis meses ha dilapidado las expectativas que generó tras el triunfo de la moción de censura contra Rajoy.
El Mundo
viñeta de Linda Galmor
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