Los beneficios obtenidos por el Estado fueron mucho menores que el trauma causado por la destrucción del patrimonio
Interior del convento de Regina Coeli en estado ruinoso - ROLDÁN SERRANO
EN un país donde muchos políticos no parecen aprender de la historia y se disponen, con miras cortoplacistas, a repetir errores, vuelve a hablarse alegremente de la expropiación de bienes de la Iglesia. ¿Quiere saber usted qué fue la desamortización? Viajemos hasta el siglo XIX para encontrar las causas de aquel cataclismo que se abatió sobre nuestro patrimonio histórico y artístico y rescatemos de las sombras del olvido los nombres de monasterios que ya no existen.
Corría 1836 y parecía que los carlistas podían ganar la guerra. El Gobierno progresista de Mendizábal decidió la desamortización eclesiástica con un triple fin: distribuir mejor la riqueza, obtener dinero con la venta de bienes y ganar adeptos entre los compradores. La guerra se pudo financiar, pero sólo compró la alta burguesía, mientras gentes humildes que vivían al amparo de órdenes religiosas, sostenidas por sus propiedades, quedaron sin protección. Los ricos fueron más ricos y los pobres más pobres. Siguieron leyes similares en 1855 y 1868.
En Córdoba la catástrofe tuvo enormes dimensiones. Sólo en la capital, ya no existen 26 conventos, algunos con 600 años de historia. Inmuebles, cuadros, retablos, esculturas, ajuares litúrgicos, muebles y libros, se repartieron en muchos casos entre propietarios particulares. Jaén Morente se lamentará: «El siglo XIX ha sido para nosotros de un vandalismo totalmente depredador; caen las murallas de Córdoba, sus bellas puertas y sus torres: desaparece la portada de Baeza, la torre de los Donceles; los templos artísticos son hundidos, sus restos pastos de contratistas sin fortuna, sus colecciones de arte toman camino de otros climas».
De los conventos masculinos desaparecieron, sin dejar rastro, San Francisco en la Arruzafa,Santos Mártires en la Ribera, Nuestra Señora de la Victoria, en el tramo sur de los jardines a cuya avenida dio nombre, y San Lázaro, frente a Puerta Nueva. Destinados a usos civiles perviven dos: San Jerónimo de Valparaíso, a cinco kilómetros de la ciudad, residencia de los marqueses del Mérito, y el Oratorio de San Felipe Neri, desde su desamortización ocupado por el Ejército, sede actual de la Subdelegación de Defensa.
En siete casos se salvó la iglesia para proseguir el culto. Del antiguo convento franciscano de San Pedro el Real hoy queda la parroquia de San Francisco y San Eulogio y la mitad de su claustro, la plaza Tierra Andaluza; la Merced, recuperada tras un pavoroso incendio de 1978 y dedicado el resto a sede de la Diputación Provincial; la Trinidad, parroquia de San Juan y Todos los Santos; San Pedro de Alcántara; San Basilio, parroquia de Nuestra Señora de la Paz; y San Roque, fundado por San Juan de la Cruz en la calle Buen Pastor. Caso especial fue Santa Catalina, convertida en parroquia de San Salvador y Santo Domingo tras ser expulsados los jesuitas en 1767, mientras la parte colegial sigue destinada a la enseñanza. Madre de Dios, propiedad municipal, se destinó a asilo municipal y hoy espera restauración y uso.
El balance de los conventos femeninos es similar. De dos no queda nada: Espíritu Santo, en la calle Alfonso XIII donde ahora se construye un hotel, y San Martín, en la manzana del Gran Teatro. De otros siete se conserva solo el nombre en el callejero para designar el lugar donde existieron: Jesús y María, Santa María de las Dueñas, Concepción, Encarnación Agustina, Santa Inés o Regina Coeli, del cual aún pervive un edificio arruinado. Caso increíble fue Santa María de Gracia, vendido por el Obispado mediados los años setenta del siglo XX y demolido, construyendo pisos y la plaza Juan Bernier. De tres aún se conserva el edificio: Corpus Christi, hoy Fundación Antonio Gala; Santa María de las Nieves, hoy Real Círculo de la Amistad, siendo en su actual patio y antiguo claustro donde se reconoce su origen; y Santa Clara, en la calle Rey Heredia.
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