El estado de las autonomías se creó, básicamente, para resolver el problema catalán. Hasta aquí, todo correcto.
¿Todo correcto? ¿Seguro?
Pues no. Porque la región conocida como Cataluña no tenía ningún problema. Había sido mimada por Franco más que otras regiones de España y era moderna y próspera.
Pero para resolver el falso problema catalán hubo que crear 17 autonomías.
Porque, claro, si una quiere, las otras también.
Y como unas se consideraban con más derechos que las otras en razón de su segunda lengua, se las llamó “autonomías históricas” (como si las otras regiones no tuvieran historia…, en algunos casos historia de más relumbre que las dizque “históricas”).
Y así se llegó al chiringuito autonómico asimétrico que tenemos hoy, en el que Aragón, que fue reino, tiene que someterse al imperialismo regional de Cataluña, que no fue nada, en función de su especial habilidad para lloriquear, extorsionar, amenazar y poner la mano.
Así se llegó a que Navarra se tenga que someter a las Vascongadas del árbol y las nueces; a que algunas regiones estén completamente abandonadas por el Estado; a que Andalucía sea un régimen clientelar infecto de partido único y partiditos p’ayudar; a que algunas autonomías tengan 7 canales de televisión pagados por todos los españoles dedicados única y exclusivamente a insultar a los españoles, y un largo etcétera que hiede y apesta y que todos conocéis.
Todo para resolver el “problema” catalán.
Un “problema” que cuanto más se atiende, cuanto más recursos se le dedican, más se agrava. Porque resulta que no es un problema sino un negocio manejado por una mafia insaciable.
Y como resulta que el que más diferencias y “problemas” artificiales tiene, más derechos se puede arrogar, las demás autonomías se dedican a inventárselos. Y así nos crecen el bable y la chunta y, si nos descuidamos, el silbo gomero y el gallifante. Y 17 parlamentos, y tropecientas agencias y organismos autonómicos, y un ejército de paniaguados que viven del “qué hay de lo mío”.
España fue una nación como no se ha visto en la Historia ninguna, pero gracias a estos padres de la Constitución nos hemos convertido en una panda de niñatos babosos y mimados necesitados urgentemente de una buena dosis de mili y otra de sentido común.
Pero el que tuvo, retuvo, y vamos a volver a ser grandes. Porque, ¿os imagináis lo que seremos cuando esos 80.000 millones que tiramos cada año al río los dediquemos a atender a los españoles y a prosperar?
Solo tenemos que creer en nosotros mismos. Y echar de la vida política a los cantamañanas que usan nuestros votos para saquearnos y partirnos en pedazos.
Fuera autonomías. ¡Viva España!
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