No le ha gustado a Podemos, y en particular a Iglesias, el video de Germán y José, dos ancianos que charlan banalmente como lo harían dos ciudadanos que no tienen cuentas pendientes entre sí. Ambos pelearon en la batalla del Ebro, hace ochenta años, en los bandos enfrentados, el franquista y el republicano. Es una cinta alegórica de la convivencia lograda al amparo de la transición y de la Constitución de 1978 que cumplirá en diciembre 40 años de vigencia. Las imágenes son entrañables y encierran un mensaje de sosiego. Y, sobre todo, del curativo transcurso del tiempo.
La II República se proclamó en 1931 (hace 87 años), la guerra civil comenzó en 1936 (hace 82 años), terminó en 1939 (hace 79 años), Franco murió en 1975 (hará en noviembre 43 años) y, desde hace cuatro décadas, España es una democracia. Antes, en 1977, es decir, hace 42 años, se dictó una ley de Amnistía. De lo que se trata ahora es de celebrar que hemos hecho un esfuerzo por reconciliarnos y que hay cosas que un joven político que nació en 1978 debería cuidarse de decir.
Vídeo conmemorativo del 40 aniversario de la Constitución.
El líder de Podemos afirmó el jueves en Moncloa que no sería posible una charla distendida entre un nazi y un judío, de lo que deducía que la conversación entre Germán y José resultaba equivalente a ese hipotético encuentro entre los exterminadores y los exterminados. No sé qué es peor en la comparación de Iglesias, si la falsedad histórica o la banalización del Holocausto. Sea lo uno o lo otro, hay algo cierto: su alegato es guerracivilista porque ni la Memoria Histórica exige tal soflama, ni la quieren la inmensa mayoría de los que protagonizaron el drama, ni sus descendientes.
Un drama que en distintas épocas anidó en la inmensa mayoría de las familias españolas. La violencia arbitraria, el crimen, los expolios, la crueldad y la injusticia estuvieron presentes en ese largo tramo histórico de España que fue de 1931 a 1975. Con distinta intensidad, frecuencia y protagonistas, pero todas esas excrecencias cayeron sobre el país como una losa que levantamos a pulso entre 1975 y el día de hoy. Todos tenemos muertos —en tumbas y en cunetas, señor Iglesias—, una vez unos fueron ejecutores y otros ejecutados. La condición de víctima y victimario se alternó en algunas épocas. Aquella fue una guerra fratricida con sus consecuencias posteriores.
No sé qué es peor en la comparación de Iglesias, si la falsedad histórica o la banalización del Holocausto
En 1987 —hace más de 30 años— el gran fotógrafo Alberto Schommer captó la instantánea que encabeza este artículo. Los reconocerá a todos, señor Iglesias. Sentados, de izquierda a derecha: Ramón Serrano Suñer, cuñado de Franco y ministro en sus gobiernos; a su lado Enrique Líster, teniente coronel del ejército republicano que derrotó a los fascistas italianos en la batalla de Guadalajara; de pie tras él, Ramón Rubial, presidente del PSOE con 20 años de cárcel a sus espaldas durante la dictadura; Pilar Primo de Rivera, hermana de José Antonio, el fundador de la Falange Española y fusilado en Alicante en noviembre de 1936, sentada junto a Jesús María de Leizaola, presidente del Gobierno vasco en el exilio y eminente militante del PNV, de pie, el último a la derecha, Ignacio Gallego, histórico y prosoviético dirigente del PCE y a su derecha Raimundo Fernández Cuesta, ministro de Franco y falangista de primera hora. A la izquierda, al lado de la bandera, José María Aguirre Gonzalo, banquero y patriarca de una saga familiar relevante en el régimen de Franco. ¿Le convence, señor Iglesias, esta fotografía algo más, aunque sea un poco, que el video de Germán y José?, ¿cree que estos personajes se veían entre sí como franquistas/nazis y republicanos/ judíos?
Es desolador el adanismo político de algunos dirigentes españoles de hoy. Con ellos, al parecer, ha llegado el espíritu de justicia y de reparación
Lo dejo aquí. Es desolador el adanismo político de algunos dirigentes españoles de hoy. Con ellos, al parecer, ha llegado el espíritu de justicia y de reparación porque todo lo anterior —incluso la reconciliación que la fotografía de Schommer transmite— fue un trampantojo, un arreglo opaco de los poderes fácticos, una mentira histórica. Resulta sin embargo que la falsedad está en la odiosa comparación de Iglesias y la verdad en esa fotografía y, le guste o no, en el video de Germán y José. Debe resonar en España, más que el resentimiento de Iglesias, el recordado discurso de Manuel Azaña, presidente de la II República, pronunciado en Barcelona el 18 de julio de 1938: “Paz, piedad, perdón”. Porque entre aquel Azaña y este Iglesias, la elección no es dudosa.
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