Ser pobre no es sinónimo de bondadoso. Como tampoco se puede asociar únicamente la maldad a los ricos. Hay buenos y malos en todos los estratos sociales. Pero el mantra, actualizado, renovado y adulterado desde la entrada en escena de Podemos, es claro: hay que dar caza al rico. El ser perverso por antonomasia. A la nueva izquierda española no le gustan ni esos gestos de solidaridad de ricos y famosos, como la donación de 320 millones por parte de Amancio Ortega para la compra de tecnología con la que luchar contra el cáncer -quizá porque consideran que los pobres y enfermos con escasos recursos son su tribu, a la que sólo ellos pueden guiar a la tierra prometida-, ni mucho menos que un ex ministro de Economía (Luis de Guindos) pueda adquirir un ático por 600.000 euros. Entonces, aquella operación, según la versión podemita, reflejaba un mero ánimo especulativo. Los mismos guionistas retuercen argumentos para justificar la compra del famoso chalé de Galapagar por parte de Pablo Iglesias e Irene Montero. Del ansia de rentabilidad en la transacción de Guindos se transporta al inicio de un proyecto de vida familiar. Algo absolutamente lícito desde el punto de vista humano, pero irremediablemente criticable ante una pareja que para tratar de alcanzar el poder ha demonizado sistemáticamente al rico, cuando el famoso episodio del chalé no es sino la constatación de su progresivo aburguesamiento.
La nueva vivienda de los líderes de Podemos es una propiedad grande (unos 286 metros cuadrados en una finca de más de 2.000, según relata Idealista) ubicada en Galapagar, en plena sierra madrileña, y valorada en más de 600.000 euros. Son números habituales en la zona, y no demasiado extraños si pensamos en sus sueldos. Según la última declaración de bienes remitida al Congreso, Pablo Iglesias ingresa 48.748,64 euros al año por ser diputado y 41.211,41 euros en derechos de autor por los libros que ha publicado y la participación en programas como Fort Apache y Otra vuelta de tuerka. Eso arroja un total de 89.960,05 euros al año, cinco veces por encima del sueldo más habitual en España en el año 2015, que rondó los 16.500 euros al año. Y lo mismo sucede con su pareja, Irene Montero. Ella no solo es diputada, también es portavoz de la formación morada, lo que hace que perciba 83.299 euros brutos al año de los Presupuestos Generales del Estado. Los rendimientos que perciben sitúan a la pareja entre el 3% de los contribuyentes que más rentas declaran en España lo que les facilita acceder a una cuantía de hipoteca reservada a unos pocos privilegiados. Iglesias y Montero pertenecen al selecto club del 3,7% de los españoles que cumplen los requisitos para lograr una hipoteca por encima de los 500.000 euros. De hecho, más de la mitad de los españoles tienen un sueldo anual inferior a los 24.000 euros de la cuota anual de la hipoteca de Iglesias y Montero.
El torrente de datos destroza el populista y afianzado relato de Podemos sobre la casta. Catalizador de su discurso frente a la clase política tradicional, elemento que zurcía la dicotomía entre los de abajo y los de arriba, el chalé adquirido por la pareja se parece demasiado a las viviendas en las que imaginamos a la casta. Y viniendo de Iglesias, una figura que ha hecho continua apología de la vida obrera y humilde, choca. En especial cuando tiramos de hemeroteca. Nada de esto sería demasiado problemático, ni siquiera la aparente contradicción entre el tradicional discurso de Iglesias y Montero y sus peculiares preferencias residenciales, si no fuera por las innumerables citas en las que el líder de Podemos ha cargado contra los políticos con casas semejantes. Acusaciones de una vivencia "aislada" de la sociedad y de una desconexión total entre la gente normal y la élite política. Se lo contaba Iglesias a Ana Rosa mientras corrían por los alrededores del barrio del líder de Podemos –Santa Eugenia- en plena campaña electoral. Aquí la cita completa. “A mí me parece más peligroso, Ana Rosa, el rollo de aislar a alguien, porque entonces no saben lo que pasa fuera. Este rollo de los políticos que viven en Somosaguas, que viven en chalés, que no saben lo que es coger el transporte público (...)”.
Por la boca muere el pez, como cantaría Fito y sus Fitipaldis. Lo cierto es que la compra del lujoso chalé tiene aún más aristas. La obligación del pago de su elevada hipoteca –Iglesias no explicitó en su comunicado si la financiación detenta un interés fijo o variable, lo que aumentaría la cuantía mensual ante un incremento del euríbor- constata el final de otro mantra que la pareja ha deslizado en muchos momentos: su paso efímero por la política. El sueldo de un profesor universitario, el destino de un Iglesias fuera del espectro político, y el inexistente currículum laboral de Montero antes de su aventura en Podemos no auguran un final en el corto plazo de su liderazgo en la formación morada. Porque a los 1.600 euros del ala que martillean cada mes se une toda la serie de gastos e impuestos que conlleva una propiedad de esas características. Demasiado arroz para un sueldo fuera de los ingresos de su elevado estatus político.
Una carrera política con un antes y un después a la compra del fastuoso chalé. Porque su adquisición es la constatación interna de la pareja de que sus anhelos de habitar algún día La Moncloa por la vía de ejercer de Robin Hood son ya más que lejanos cantos de sirena. Es casi de justicia poética que el líder que se encaramó a la ola de frustración motivada en parte por la burbuja inmobiliaria haya sido fagocitado por la fiebre del ladrillo. Ahora suena melancólico para muchos votantes de Podemos aquél noviembre de 2015, cuando las encuestas parecían aceptarlo todo, incluso una posible alianza de gobierno que colocara a Podemos al frente del ejecutivo español. No sucedió, claro, pese al buen resultado de la formación morada (antes de la repetición de elecciones), y en algunas entrevistas surgió la posibilidad de que Iglesias se trasladara a Moncloa. Se lo preguntó Pablo Motos en El Hormiguero. Su respuesta: “Yo preferiría seguir viviendo en mi casa, en Vallecas, pero tampoco plantearía ningún problema a nadie. Pero si puedo elegir prefiero seguir viviendo en mi barrio”.
El gesto no sólo ha marcado para siempre al presidente y a la CEO de Podemos. Es otra inyección de gasolina para un partido descuartizado desde sus inicios en confluencias, mareas y transversalidad pero que ahora agoniza en una sempiterna crisis interna por la incesante limpieza étnica a la que le somete Iglesias. Un cesarismo que promete mucha dosis de antipatía por parte de los barones de la formación morada. Kichi abrió la veda con un argumentario, en forma de carta, directo a la línea de flotación del líder y la primera dama podemita. “El código ético de Podemos no es una formalidad sino el compromiso de vivir como la gente corriente para poder representarla en las instituciones y supone renunciar a privilegios como el exceso de sueldo (…) Es no parecernos a la casta, es no ser como ellos porque vinimos a desalojarlos a ellos después de que hubieran estado desahuciando por miles a nuestra gente, es no vivir como ellos; es parecernos al pueblo que nos eligió y al que seguimos siendo leales”. Las frases de Kichi las suscriben estas últimas horas muchos otros barones regionales conscientes del pellizco de votos que supondrá la famosa transacción del chalé.
“La compra del chalé ha dado la puntilla al espíritu del 15M. No sería de extrañar que Iglesias sufriera su propio 15M”, reflexionaba durante el fin de semana un cabreado dirigente podemita. Resulta curioso cómo de aquellos eslóganes nacidos en la emoción de la acampada de Sol que bramaban contra el torrente de corruptelas del PP ya apenas queden rescoldos. “La corrupción del PP ya está amortizada”, justifica algún ideólogo de la formación morada para explicar este extraño silencio administrativo. Una especie de perdón ‘urbi et orbi’ ante la falta de rédito electoral. Un bumerán que los bautizados como partidos de la casta devuelven no sólo con comprensión, sino con cierta dosis de confraternización ante la compra del chalé. El perdón del Gobierno y del PSOE, el no querer hacer sangre, es sólo la constatación de que este partido del cambio (Podemos), el que vino a desalojar a golpe de guillotina a la vieja política, está ya dentro del establishment y ha dejado de ser una amenaza. Mal síntoma para quienes no volverán a encontrarse un electorado tan permeable a la panacea que prometían: trabajo al parado, casa al desahuciado y energía a quien tiene que cerrar los radiadores.
Las dudas sobre la financiación de Podemos por parte de gobiernos extranjeros, las diferencias con el sector de Errejón y un traspié electoral pueden acabar con ese blindaje en el que se siente tan seguro ahora el líder de Podemos. Es lo que tiene vivir la vida política a golpe de ultimátum y, además, vivir en una impostada coherencia. En un pedazo de chalé, eso sí. El sustitutivo del imposible viaje a La Moncloa.
voxpópuli
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