La espiral de delirio en la que se instaló Puigdemont hace ya algún tiempo es digna de análisis. No me refiero, ni mucho menos a su huida metido en el maletero de un coche para cruzar la frontera, en su huida a Bruselas para no tener que dar cuenta ante la justicia de sus delictivos actos. Tampoco a la falta de temple que se le ha de suponer a un presidente de la Generalitat, cuando fue incapaz de resistir la presión de las redes sociales o los denuestos de Marta Rovira la que algunos consideraban la musa -luego ha resultado un fiasco en toda regla- de Esquerra Republicana. Me refiero a su reacción en esos tensos momentos, octubre del año pasado, cuando después de haber decidido convocar elecciones en Cataluña como salda al enredo que había formado, optó por proclamar la simbólica independencia a la que se refirió, cuando perdió la épica que gastaba desde el atril, la expresidenta del Parlamento de Cataluña, Carmen Forcadell. En aquellas fechas Puigdemont exigía al gobierno de España, la inmunidad para él y para algunos de los más conspicuos independentistas, el perdón de sus delitos. Lo pedía al ser consciente de que había delinquido de forma grave y acabaría ante la justicia, por eso huyó a Bruselas. Su petición era la propia de quien tiene un concepto bananero del Estado. La de alguien que no cree en la separación de poderes, que caracteriza a los estados democráticos. Era la manifestación más palpable de su desconocimiento de la esencia de uno de los principios fundamentales en los que se asienta una democracia. Su ignorancia acerca de que hace más de dos siglos y medio Charles Luis de Secondat, barón de Montesquieu la dejaba establecida, en su "El espíritu de las leyes", que vio la luz en 1748. Lo que planteaba revela su concepto de lo que puede ser esa república a la que alude en su confrontación con España, ignorando que en un estado democrático eso que pedía no es posible porque no está en manos del ejecutivo, sino en las de los jueces. Es la separación de poderes. |
Avicena o Ibn Siná (como fue llamado en persa y en árabe) nació en el año 980 en Afshana (provincia de Jorasán, actualmente en Uzbekistán). Cuando tan sólo contaba con 17 años ya gozaba de fama como médico por salvar la vida del emir Nuh ibn Mansur. Puede ser considerado el inventor de la traqueotomía, cuyo manual operatorio sería precisado por el célebre cirujano árabe Abū el-Kasis de Córdoba. Libros: El canon de medicina, El libro de la curación, Poema de la medicina
jueves, 4 de enero de 2018
Prófugo bananero
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