Se cierra la legislatura en Italia dando el portazo a una de las leyes más polémicas que se han debatido en los últimos años: el «ius soli», la ley que podía haber concedido la nacionalidad italiana a los hijos de inmigrantes nacidos en este país. En el Senado ni siquiera hubo el número legal de senadores para votar la ley, porque los parlamentarios piensan ya solamente en la campaña electoral. El presidente de la República, Sergio Matarella, disolverá las cámaras el próximo jueves o el viernes y el 4 de marzo serán las elecciones generales. Solamente 116 senadores, de un total de 320 con que cuenta esta cámara, hicieron el esfuerzo de presentarse para votar una ley que comenzó a plantearse hace 16 años, y cuya aprobación ha implorado buena parte de la sociedad civil y el mundo católico, comenzando por el Papa Francisco.
En realidad, el apoyo al «ius soli» ha ido perdiendo cada día más fuerza, sobre todo en el centro derecha, porque, según indican las encuestas, el sentimiento de los italianos hacia la inmigración ha cambiado radicalmente. Hace seis años, el 71% de los ciudadanos era partidario de conceder la nacionalidad a los hijos de inmigrantes nacidos en Italia. Ese porcentaje se ha dado la vuelta. Hoy la mayoría es contraria a esa ley, porque la inmigración suscita temor. Una encuesta de «La Stampa-Financial Times» publicada el pasado 18 de diciembre indicaba un fuerte crecimiento a los que quieren cerrar las puertas a la inmigración: El 60% de los italianos rechaza la idea de un país multiétnico.
Si se aprobara la nueva ley de «ius soli», los potenciales nuevos ciudadanos italianos serían 600.000, hijos de inmigrantes nacidos en Italia desde 1998 hasta hoy, y cuyos padres residen en este país desde hace al menos cinco años. A estos hay que añadir otros 178.000 por el «ius cultural», otorgado a inmigrantes nacidos en el extranjero, llegados a Italia antes de los 12 años, que hayan completado cinco años de escuela en este país.
El proyecto de ley, que no ha sido aprobado, prescinde del contexto cultural familiar o de grupo en que ha crecido el futuro ciudadano italiano. Solamente se exigía que uno de los padres tenga un permiso regular de residencia, una renta mínima y que sepa hablar italiano. Obviamente, las preocupaciones de los italianos se centran en una categoría especial de inmigrantes: los de cultura islámica.
El Papa, hijo de emigrantes, entró directamente en el debate político italiano, al exigir, en su mensaje para la Jornada Mundial del emigrante y del refugiado en agosto pasado, que en el momento del nacimiento fuera «reconocida y certificada» la nacionalidad a todos los niños para que puedan ser tutelados. Un rotundo apoyo del Pontífice a la ley, que ha tenido su mayor oposición en el centro derecha, en particular la Liga Norte, cuyo líder, Matteo Salvini, responde al Papa: «Si quiere ius soli, lo aplique en el Vaticano».
En una Italia con clara caída demográfica y una sociedad que envejece, a buen seguro que en la próxima legislatura se volverá a plantear el debate sobre el «ius soli», una ley que muchos, sobre todo en el centro izquierda y el mundo católico, consideran que es una batalla por la solidaridad.
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