En la urbanización del expresidente viven con estupor su fuga de la Justicia. Preocupa la quiebra económica y social.
«Cualquiera de nosotros cumplimos, él es capaz de no venir y ser mártir», opina el dueño de un chalé aledaño del «Golf»
Es 1 de noviembre, festividad de todos los Santos, y en la residencia familiar de Carles Puigdemont el única alma procede de la garita de seguridad junto a la puerta principal. En la acera de enfrente un mosso, que reconoce no tener ni idea de dónde está el jefe, pide la identificación a los periodistas que siguen la huella del político prófugo. «Podéis hacerlas, pero la publicación de esas fotografías las debe autorizar Presidencia», se disculpa el amable agente, que en breve pedirá a un vehículo de una televisión nacional que aparque en otro sitio. Reuters también llega a la urbanización «Girona Golf», un enclave idílico entre montes cuya paz ha sido alterada por las andanzas de su vecino más mediático. No le ven desde hace varias semanas; hoy está en situación de busca y captura.
El inicio de la escapada
Hará un mes que Puigdemont salió de su casa con intención de votar en la consulta ilegal del 1-O y en un túnel cercano encontró el punto de fuga. Aquel domingo, siendo todavía presidente de la Generalitat, salió en caravana policial y bajo el puente de la autopista AP-7 se cambió de coche –y hasta de chaqueta, dicen– para escabullirse del helicóptero de la Guardia Civil. Fue en ese agujero donde perdió su dignidad: el 130 president que empujó a su pueblo contra la policía no encaró el cordón de seguridad que le estaba esperando en su colegio electoral; se fue al municipio de al lado a votar.
Un hombre que pasea al perro señala ese triste lugar. Cree que ahí donde Puigdemont hizo su primer regate a la Justicia es ya una especie de destino de peregrinación independentista. Fue un acto premeditado, asegura: un conocido suyo vio cómo el séquito de vehículos oficiales hizo «un ensayo general tres días antes» del referéndum. «Llegaron al túnel y dos coches se dieron la vuelta, dos siguieron. Yo el 1-O me fijé en que el helicóptero se despistaba sin saber a quién seguir», rememora. El vecino, de origen burgalés, dice entender las razones de los secesionistas, pero en realidad se lo toma a chufla: «Soy Mond, Puig-de-Mond, el agente 155 con licencia para votar», es la broma en el municipio de San Julián de Ramis.
De manera más grave lo ven arriba, en la urbanización del Golf donde se sitúa el chalé de Puigdemont. Es festivo y algunos aprovechan para cuidar del jardín. Justo en las casas contiguas cuelgan esteladas y carteles pidiendo «democracia». Una más allá, en cambio, luce decoración «Halloween». En este enclave privilegiado de la comarca del Gironés, junto al campo de golf, no se ven tractores, sino una escavadora; el de al lado se está construyendo una piscina con vistas al monte.
Un centinela de una casa tocada con mástil independentista observa desde el porche cómo dos señoras saludan a la periodista apretando el paso. «Es que creo que no hay nadie», musitan. Otro saca la basura, tampoco tiene ganas de comentar. De pronto, alboroto: «¡Puigdemont a prisión, Puigdemont a prisión!». Los gritos salen del teléfono de unos fotógrafos que miran la recepción a los consejeros en El Prat, la víspera.
Lo cierto es que en el territorio más íntimo del expresidente tampoco comprenden bien su conducta. «¿De verdad se hizo 600 kilómetros en coche hasta Marsella?», pregunta un residente que confiesa su asombro por que huyera por carretera teniendo vuelos directos desde Gerona o Barcelona a Bruselas. «Es que no lo podemos creer», insiste dibujando el esperpento.
Temor al boicot
Seis o siete casas más arriba un vecino que riega su propiedad se suelta a hablar con ABC. Es muy crítico con la actitud de Puigdemont, aunque descarga más la culpa en Junqueras: «Ése le ha dominado como ha querido». Inquietan los estragos que el «procés» está dejando en la sociedad catalana, también en la economía: son casi dos mil las empresas menos. «Esto es una payasada, un despropósito. Han tensionado todo y, al final, ¿para qué?». Este hombre, que exporta sobre todo a España teme el boicot a su producto. Pero se confiesa aliviado porque «el cabreo se ha frenado» tras la respuesta del Gobierno para poner fin a la deriva hacia el abismo que buscaba la CUP. «Nos dicen que se han destensado bastante las cosas desde el viernes», dice bendiciendo sin citarlo la aprobación del artículo 155.
Hace al menos quince días que los vecinos no han visto a la caravana de coches del expresidente, que tras proclamar el viernes 27 la república catalana pasó las fiestas de Gerona. Un joven de unos cuarenta años que también saca a pasear al perro justifica que no venga: «¡Pero si ya sabe que le van a empapelar! Aunque digo yo que en algún momento tendrá que aparecer».
El vecino de antes opina que no hay igualdad: «Es capaz de huir; total, solo sería una más en la lista...», apunta.«Él puede hacerlo, nosotros no. ¿Cómo vamos a ignorar a la Justicia si te viene un requerimiento del juez?». Justo en esa mañana Junqueras y otros exconsejeros anunciaron en Twitter haberlo recibido, pero el buzón de los Puigdemont está vacío. «Yo pienso que tiene necesidad de ser un mártir para darle un empujón a su partido en las elecciones», señala este hombre crítico con su vecino sin saber todavía que no renunciará a ser candidato el 21-D.
Los hay también que simpatizan, por supuesto, y justifican lo injustificable de todo este proceso. «Es que esto le trasciende, él ya no tiene las riendas, sino las asociaciones que mueven la calle», explican otros moradores del «Golf». Pero al final casi todos tienden a posiciones más conservadoras: «Habrá que dejar los sentimientos de lado y ponerse a hablar de números con España», señalan invocando la tradición pactista de la vieja Convergència.
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