domingo, 8 de octubre de 2017

Sin respeto a la ley, se pierde la libertad y la democracia

 
El expresidente Felipe González y el exprimer ministro italiano Giuliano Amato, entre otros, analizaron la situación de Cataluña en el 15º Foro de diálogo Italia-España                          
 

Felipe González
Felipe González - EFE
 
«Cuando Alabama se rebeló contra el Tribunal Supremo por una sentencia sobre discriminación racial, Kennedy mandó a la Guardia Nacional diciendo: ‘El día en que en Estados Unidos haya un hombre que se sienta por encima de la ley y de las sentencias de los tribunales de justicia, habremos perdido la libertad a manos de los que quieren utilizarla contra la ley y contra la justicia’». El expresidente del gobierno, Felipe González, echó mano de esta célebre frase del presidente norteamericano, John Fitzgerald Kennedy, como ejemplo de algo que consideró «elemental»: «Las leyes están al servicio de la convivencia democrática. Sin respeto a la ley y a los tribunales, incluso cuando se equivocan, no hay democracia», dijo con énfasis Felipe González. El expresidentes del gobierno fue el invitado especial, junto al exprimer ministro italiano, Giuliano Amato, para hablar sobre «El futuro de Europa», en una cena privada en el palacio romano Villa Madama, para los participantes al 15º Foro de diálogo Italia-España, patrocinado por AREL (Agencia de investigación y legislación) y la patronal CEOE.
Inevitablemente, Cataluña estuvo en la mente de los asistentes, con dos palabras: Preocupación y tristeza. Se escuchaban en boca de todos. Fue un sentimiento que compartió igualmente Felipe González: «Mi tristeza es porque hay gente que tiene poder y pone en peligro la convivencia en paz y en libertad. Eso está ocurriendo. Y no quieren que se diga dentro de Cataluña y fuera de Cataluña. Preocupación y tristeza por la rebelión sediciosa como la que vivimos en España contra la Constitución y el Estatuto de autonomía, que son los fundamentos de la legitimación del poder catalán, recuperado como nunca históricamente».
Destacó el expresidente del gobierno que «tenemos la crisis de Estado más grave desde que comenzamos a construir nuestra democracia». Después explicó el peligroso escenario que vivimos: «El fundamento de la crisis es la falsa creencia que se tiene por el mundo de que la democracia está por encima de la ley e incluso por encima de la justicia. Es un fenómeno peligrosísimo que invade todo el escenario internacional, comenzando por el presidente del país más poderoso de la Tierra, que se cree por encima de la justicia. Y la verdad es que somos libres porque hay un Estado democrático de derecho que establece normas, y cuando no se respetan las normas, incluso para cambiarlas, somos esclavos de alguien o de algunos. Ese es el fundamento de la democracia».
Felipe González ha condenado en otras muchas ocasiones el virus del nacionalismo, que destruyó a Europa durante la primera mitad del siglo XX. Y volvió a hacerlo para añadir una apostilla al ministro de Asuntos Exteriores italiano, Angelino Alfano, quien dijo que «en Europa, juntos nos irá bien». Para Felipe González, los ciudadanos europeos, que representan el 7,5 por 100 de la población mundial, «si no estamos juntos, no somos nada; ni siquiera los que se creen más potentes«, una necesidad de unidad que Felipe González resaltó frente al «virus del nacionalismo».
Ese nacionalismo miope ha olvidado un concepto fundamental, la solidaridad, según advirtió el exprimer ministro italiano, Giuliano Amato, hoy un prestigioso magistrado del Tribunal Constitucional italiano, durante su intervención en Villa Madama, palacio que debe su nombre a la que fue su propietaria Margarita de Austria, llamada afectuosamente por los romanos «Madama», hija natural del emperador Carlos I. Amato recordó un Consejo Europeo en Edimburgo (1992), donde se adoptó una decisión sobre el Fondo de Cohesión basada en un fundamento que desgraciadamente hoy ha perdido su vigencia: La solidaridad. «Decidí que Italia, hasta entonces beneficiario de los fondos de la Comunidad Europea, siendo un país que recibía más dinero del que aportaba, pasara a ser contribuyente, dando más de lo que recibía. Nadie dijo nada en Italia. Se vio natural que nosotros, más ricos que los españoles en ese momento, diéramos nuestra contribución para el crecimiento de países como España (los que tenían una renta nacional por debajo del 90 por 100 de la media comunitaria). Había entre nosotros y en la opinión pública un extraordinario sentido de la solidaridad. Eso era exactamente lo que servía de unión para mantener juntos a pueblos diversos», manifestó Giuliano Amato, evocando una frase del francés Robert Schuman, uno de los padres de la Unión Europea: «Europa no se puede construir toda de una vez, sino paso a paso, conforme crezca la solidaridad entre los países».
El exprimer ministro italiano explicó que «los problemas que tenemos hoy están todos ligados a que la solidaridad ha sido sustituida por la identidad parcial, haciendo prevalecer la diversidad sobre la identidad común». Claramente, los independentistas catalanes se apuntaban a la solidaridad europea para recibir los fondos económicos de la Unión, pero, al terminar esos fondos porque la renta española se colocó en el grupo de cabeza de Europa, enseguida se olvidaron de que era necesaria también una solidaridad interregional en España. »La solidaridad es difícil de mantener», subrayó Giuliano Amato. Para los independentistas, por encima de todo, estaba su identidad. Escribe el filósofo y gran intelectual italiano, Umberto Eco, a propósito de identidad: «Es singular que entre quienes desearían el continente disgregado en numerosas y pequeñas patrias, militan a menudo personas de escaso relieve cultural, con una xenofobia casi genética».
Frente al cúmulo de irresponsabilidad de los líderes independentistas catalanes, una tercera palabra ha estado en boca de todos, en el Foro de diálogo Italia-España, al hablar de la situación española: Incertidumbre. «Los dirigentes independentistas parecen dispuestos a todo, sin frenos, para lograr algo imposible; de ahí la incertidumbre», me confesaba un diplomático de la UE. En esta Unión Europea que ministros y empresarios han descrito en sus intervenciones, se reflejó una visión común: No hay espacio ni se toleran, por razones de supervivencia, los separatismos o los vientos independentistas; en Europa, absolutamente nadie concibe una disgregación nacional en España o en otros estados europeos. Se explican así los apoyos al gobierno de Rajoy: «Estoy seguro de que prevalecerán el diálogo y el Estado de derecho, para evitar problemas de competitividad y sociales que todos queremos evitar», dijo el primer ministro italiano, Paolo Gentiloni, en la misma línea que el resto de los líderes europeos. Lo que no cabe, ni se concibe, es una mediación de la UE.
Se tuvieron presentes las duras imágenes del domingo, y no se comprende bien en Europa que se llegara a esa violenta situación. Seguramente se olvidan fácilmente las imágenes que se producen en todos los países cuando la policía reprime el desorden público. En Turín, sin ir más lejos, en el mismo día del referéndum catalán, se produjeron choques violentos, de guerrilla urbana, entre policías y manifestantes contra la reunión de los ministros de Industria del G7. Del referéndum catalán quedaron en la retina las imágenes de los heridos, como iconos para el recuerdo. Pero más allá de las cargas policiales, la gravedad de los hechos de Cataluña residió en el golpe de los independentistas con un referéndum ilegal para romper el Estado, creando una situación revolucionaria.
De mayor calado han sido las críticas y el lamento, exteriorizados en privado por todos los asistentes al citado Foro de diálogo, sobre el manejo de la crisis por parte del gobierno. Rajoy no ha tenido una estrategia informativa, para contrarrestar la campaña de desinformación y de propaganda, con una agenda separatista, montada desde hace muchos años por la Generalitat, gastando muchísimo dinero, que salió en buena medida de las arcas del Estado. «Una mentira mil veces repetida se convierte en una verdad», es una frase que se atribuye a Goebbels. Con esa idea, los independentistas han repetido hasta la saciedad la falacia de que «Cataluña está oprimida» o «España nos roba». Los responsables de la Generalitat nunca asumieron la responsabilidad de una decisión impopular, sobre todo en materia económica con motivo de la crisis, sino que echaron todas las culpas al gobierno Rajoy. Increíble su permanente victimismo.
Con su desfachatez, los independentistas han ganado la batalla de la comunicación. Los personajes mediáticos saben que, además de sus dotes ante la opinión pública, deben rodearse de gente capaz de montar una estrategia informativa en caso de crisis o para cuidar día a día la imagen. Facebook y Twitter no son suficientes. Lo hizo incluso un pontífice extraordinariamente mediático como Juan Pablo II, gracias a un magnifico portavoz, Joaquín Navarro Valls. Formó parte de su estrategia el encargar a escritores con garantía y credibilidad la publicación de libros, que fueron superventas, sobre Karol Wojtyla; o invitar a comer a la mesa del Papa a todo tipo de personalidades, incluyendo a creadores de opinión. Uno de ellos fue Indro Montanelli, agnóstico, uno de los periodistas italianos más importantes del siglo XX. Poco tiempo después de esa comida privada en el Vaticano, Montanelli me confesó en una entrevista: «No soy creyente, pero me gustaría tener la fe de este papa, que es un santo y un mártir». Montanelli terminó adorando al Papa. Una buena estrategia de comunicación puede hacer milagros. Lo debería aprender Mariano Rajoy.
ABC

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