«Pedro Sánchez está inmerso en otra patraña para vendernos lo del Estado plurinacional español y apoyar el referéndum soberanista catalán. Sin la S, la O y la E, el PSOE se queda reducido a la P de partido, como aquel rey que iba desnudo sin saberlo»
Aquel chiste de Gila «¡Capitán! He hecho un prisionero. -¡Tráelo! - Es que no me deja», me sirve de pórtico a la labor de derribo que se aprecia en el PSOE. El «hemos superado a Podemos» de su nuevo liderato me recuerda la embarazosa situación del captor capturado. Para superar a Podemos, Pedro Sánchez y sus huestes no han hecho otra cosa que ponerse en su lugar. Lo demuestra el eslogan que han adoptado, «Somos la izquierda», que significa varias cosas. La primera, que el PSOE de Felipe, de Rubalcaba, de la gestora de Javier Fernández, no era realmente de izquierdas. Y algo aún más grave: «Nosotros somos sólo izquierda». Nada de centro-izquierda, ni de terceras vías. Somos izquierda pura y dura. «Así vamos a recuperar a todos los votantes que se han ido con Podemos». Una versión española del proverbio norteamericano: «Si no puedes derrotar a tu enemigo, abrázate a él». Estrategia brillante, dirán. Pero que puede resultar un tiro, no en el pie, sino en la cabeza.
Para demostrarlo necesito detallar el proceso de deconstruir el PSOE, como esos edificios históricos de los que se derriba todo su interior, dejando sólo la fachada. En otras palabras: revertir la gran reforma hecha por Felipe González en el Congreso Extraordinario de septiembre de 1979, en el que envió a Marx a las bibliotecas y convirtió al PSOE de «partido de clase» (la trabajadora) en partido multiclasista. O si lo quieren más simple, transformó el socialismo español en socialdemocracia. Podría llamarse también «viaje al centro». Lo que Pedro Sánchez busca es volver a los orígenes, la izquierda-izquierda. Si lo hace por mera estrategia, para recuperar los votantes que se le han ido a Podemos, tiene cierta explicación, pero las posibilidades de equivocarse son grandes.
Por lo pronto, a izquierdista no ganará nunca a Iglesias, que no sólo es marxista, sino también leninista, como ha demostrado con sus purgas y su admiración por las corrientes caudillistas hispanoamericanas, que tienen poco que ver con la democracia. Aunque su mayor escollo puede encontrarlo en su entorno. Es verdad que ha sido reelegido para la secretaría general frente a la corriente moderada, pero que esta no está, ni mucho menos, aplastada lo demuestra que importantes barones que no le apoyaron han sido también reelegidos dentro de sus comunidades. Sánchez se encuentra con tres frentes abiertos: el del PP, el de Podemos y el de su propio partido. No sabría decirles cuál es el más peligroso, sobre todo para un peso ligero como él.
Ya Zapatero apuntó que «nación es un concepto discutido y discutible», metiendo la piqueta. Sánchez no fue capaz de definirla en el debate con López y Susana Díaz
Pero no es menos cierto que el PSOE viene experimentando desde hace años, como todos los socialismos europeos, una demolición debido a no acabar de adaptarse a las nuevas circunstancias que reinan en el mundo. La globalización requiere cambios estructurales que partidos apegados a los dogmas encuentran difícil adaptar. La última crisis económica, aún no superada, no se soluciona con más gasto público, que era el remedio favorito de los keynesianos y de la socialdemocracia, madre del Estado de bienestar, por la sencilla razón de que la competencia es a nivel mundial y quien deje de competir se hunde. Otro tanto puede decirse de la ideología, tan importante antaño, y ahora completamente en segundo plano, con una China liderando el libre mercado. Por no hablar del vuelco dado por Donald Trump al bloque occidental, al que exige mucho más de lo que viene haciendo en defensa, subvenciones y contratos. De la amenaza terrorista, mejor no hablar. Desafíos todos ellos para los que la izquierda no tiene respuestas con un ideario anclado en el pasado y unos líderes que no lo han conocido ni quieren conocer.
Ese desgaste ha ido derribando los principales baluartes del PSOE. El primero en caer fue la E de español. Muy concretamente, la condición de España como nación. Ya Zapatero apuntó que «nación es un concepto discutido y discutible», metiendo la piqueta. Sánchez no supo definirla en el debate televisado con López y Díaz. Pero en cuanto recuperó la secretaría general de su partido, le ha faltado tiempo para proclamar la «condición plurinacional de España», que es tanto como negar la «indisoluble unidad de la Nación española» proclamada en el artículo segundo de la Constitución. Si se le añade su «reconocimiento de las características nacionales de Cataluña», extensibles al resto de las comunidades autónomas, tendremos una bomba de relojería debajo de la Nación española.
La O de obrero la perdió el PSOE no por haberse apartado de ellos, sino porque los obreros se habían distanciado de él. Un obrero con puesto de trabajo indefinido, con asistencia médica garantizada, así como otros beneficios sociales, piso y coche propios, es ya clase media. Un tránsito que efectuó el PSOE, sobre todos sus dirigentes, en consejos de administración de bancos y grandes empresas al más puro estilo burgués: remuneraciones astronómicas y dineros que no les pertenecían. La gran crisis económica dio al traste con todo ello. Los trabajadores retornaron a clase obrera, el PSOE perdió millones de votos y se ve amenazado desde la izquierda por un partido más radical que él.
Buscando votos hasta debajo de las piedras, el PSOE de Sánchez se aproxima a los nacionalistas, lo menos solidario que existe. Con lo que pierde la S de sus siglas. Sus disculpas no pueden ser más peregrinas: «También en Alemania y Bélgica existen naciones sin Estado», dice. Mentira. Ni la Constitución alemana ni la belga reconocen naciones en su territorio. En Bélgica existen «comunidades lingüísticas»; en Alemania, Länder, países, y un cierto tipo de Staat, como FreiStaat Bayer, que nada tiene que ver con un Estado propiamente dicho, como acaba de señalar el Tribunal Constitucional alemán. Nación sólo hay una, Deutschland, y de sus afanes de unidad habla la perseverancia con que los alemanes la buscaron tras ser divididos por sus vencedores en la última guerra mundial. O sea, otra patraña para vendernos lo del Estado plurinacional español y apoyar el referéndum soberanista catalán. Sin la S, la O y la E, el PSOE se queda reducido a la P de partido, como aquel rey que iba desnudo sin saberlo.
Los planes de Pedro Sánchez –desbancar a Podemos en la izquierda, para girar luego hacia el centro y derrotar al PP– se han convertido en cuentas de la lechera. No ha superado a Podemos: ha adoptado sus posiciones. O sea, se ha rendido ante él. Por si ello fuera poco, acepta la premisa fundamental de los nacionalistas: España no es realmente una nación, sino varias. Con lo que lleva su partido, no a la Moncloa, sino a la irrelevancia de otros socialismos europeos. No quiere ello decir que se rinda. Como los nacionalistas catalanes que ven hacerse añicos sus sueños, está dispuesto a luchar hasta el final. A estas alturas, su único objetivo es acabar con Rajoy. Como sea, con quien sea, al precio que sea, incluida su propia destrucción. Yo le llamaría «el complejo de Sansón».
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