Como hijo de una victima del terrorismo no puedo aceptar que en mi nombre se esté gestando una ETA buena.
Fernando Altuna Urcelay *
Decía Kipling que “la victoria y el fracaso son dos impostores, y hay que recibirlos con idéntica serenidad”. Siguiendo el consejo del escritor británico permítanme pues que manifieste mi declaración de más absoluta derrota tanto en lo público como en lo personal. Yo he sido derrotado. Tengo la sensación que otros muchos como yo también, es más, diría que el conjunto de la ciudanía -no pueblo- vasca y española en su conjunto ha sido derrotada. Pero es simplemente mi percepción. Mi responsabilidad es asumir la mía.
“ETA ha sido derrotada” insiste una y otra vez el ministro del Interior en funciones. “La Izquierda Abertzale no nació para resistir ni tan siquiera para responder ¡Nacimos para ganar! ¡Y vamos a ganar!”, enaltece a la masa Arnaldo Otegi. “Justicia para un final con vencedores y vencidos” se afirma desde distintas asociaciones de víctimas del terrorismo. “Una paz sin vencedores ni vencidos” decía Monseñor Uriarte defendiendo un diálogo para la reconciliación en Euskadi… maldigo la maldita palabra victoria, yo no he ganado, yo he perdido; yo lo he perdido todo.
Perdí a mi padre siendo niño, perdí mi niñez, mi adolescencia y mi juventud, vi perder la vida de amigos, vecinos y desconocidos. Vi perder a una sociedad que mientras jugaba al mus pisaba el serrín que absorbía la sangre caliente de su compañero de partida. Veo perder a una Euskadi, Navarra y España ignorantes y despiadadas con su pasado más reciente. Veo a una nación donde la impostura -ahora postureo con palo selfie- se adueña de nuestra clase política, intelectual, cultural y periodística.
Estos últimos días, semanas, meses… veo más clara mi derrota, noticias como la gestación desde no sé qué oscuros despachos de una ETA buena y una “ETA mala” y me viene al recuerdo el atentado de Omagh el 15 de agosto de 1998, por el IRA Auténtico, que se produjo durante el alto el fuego del IRA Provisional y meses después de la firma del Acuerdo de Viernes Santo.
Leo entrevistas manipuladas y tergiversadas a asesinos supuestamente arrepentidos -nuevamente la construcción de etarras buenos- que nunca podrán reparar el daño causado, y si pueden contribuir a una mínima parte de esta reparación imposible es exigiéndoles que colaboren con la justicia y nadie se lo pide.
Observo las audiencias y recibimientos, casi bajo palio, al asesino Arnaldo Otegi, sí, y le llamo asesino en cuanto en tanto fue miembro de “la estructura militar” de la organización ETA pm -la antigua ETA buena- que asesinó a mi padre Basilio Altuna Fernández de Arroyabe, crimen que no ha sido juzgado por el Estado de Derecho.
Y me entero entre líneas de una serie larga de oscuros pactos judiciales entre jueces, fiscales y asociaciones de víctimas del terrorismo -AVT y Dignidad y Justicia- con miembros de ETA que favorecen su impunidad frente al terrorismo y su reconversión en “etarras buenos”.
Y es aquí donde me detengo: la asunción de mi impotencia ante estos pactos no puede suponer un silencio cómplice. Como hijo de una victima del terrorismo no puedo aceptar que en mi nombre se esté gestando una ETA buena. Si es con la impostura como se va a asentar la supuesta derrota de ETA, no estoy dispuesta a asumirla.
Excelentísimo señor ministro del Interior y de Justicia, señores jueces y fiscales de la Audiencia Nacional, señores presidentes de la Asociación de Victimas del Terrorismo y Dignidad y Justicia, ilustrísimo señor Íñigo Iruín: En mi nombre, no.
* Hijo de Basilio Altuna Fernandez de Arroyabe, asesinado por ETA (pm) el 06/09/1980 en Erenchun (Álava).
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