Decir que fue “el último cara a cara del bipartidismo” quizá sea excesivo. El debate de Pedro Sánchez y Mariano Rajoy fue un encontronazo hosco, incluso pendenciero, pero “bipartidista”, lo que se dice “bipartidista”, es mucho decir.
Baja el volumen de tu televisor, mientras Sánchez llama “indecente” a Rajoy por el caso Bárcenas, y Rajoy le responde con las lindezas de “ruin, mezquino y miserable”, todo delante de un moderador a quien el pelo se le vuelve azul cobalto o turquesa Fukushima por momentos. Si hay un “último cara a cara del bipartidismo”, ese es la efigie criogenizada de Manuel Campo Vidal, Jano Bifronte viendo cruzar las flechas. Si bajas el volumen de los improperios, no te costará descubrir que Rajoy y Sánchez estuvieron de acuerdo en sus silencios. Nada esencial los separa en su impasibilidad: ni una palabra del sistema electoral que los prima, de la financiación partidista que los unta con el dinero de la gente, del reparto de jueces que los blinda. Nada sobre el tamaño del Estado que les permite colocar a sus allegados. Sin noticias de las diecisiete Comunidades Autónomas, con sus diecisiete parlamentos, sus diecisiete canales de televisión, su despotismo lingüístico en Galicia, Cataluña, País Vasco, Baleares o Valencia. Ni mú de la ingeniería social mediante la ideología de género o el aborto, que ambos partidos comparten.
Hubo un momento del debate de una intensa clarividencia. Sánchez intentaba que Rajoy apareciera como un retrógrado frente a los “avances” del feminismo radical. Le reprochaba que, bajo su mandato, se haya reducido el presupuesto para luchar contra la “violencia de género”. Rajoy le respondió con insistencia que no valía la pena discutir sobre un asunto en el que –dijo– están “muy de acuerdo en todo”, y que lo mejor era pasar a otras cosas, seguramente pensando en los números que le habían preparado, sobre lo bien que va la Economía. La escena resume la renuncia del PP a defender un modelo de sociedad alternativo al de la izquierda.
Sánchez y Rajoy fueron lo mismo en la manipulación y la mentira con las cifras. Se ducharon el uno al otro con números trucados y retahílas estadísticas imposibles de seguir, que nada decían o dejaban la sensación de un tosco juego de manos. Demasiadas pruebas fatigan la verdad, decía el pintor Georges Braque.
Debajo del volumen de la aparente trifulca, no fue el “ultimo cara a cara del bipartidismo”, sino, más probablemente, el primer soliloquio de la unanimidad que viene. – V. Gago
[Con información de Actuall, Libertad Digital, El País, El Mundo, El Confidencial y El Español]
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