Tras timar a los griegos dos veces, Syriza logra que se dejen timar una vez más
Alexis Tsipras y Pablo Iglesias se echan unas risas junto a los cerdos de la Granja Animal
Una novela alegórica sobre cerdos bolcheviques
Usando una alegoría, Orwell sostenía que los ideales de la revolución bolchevique, representada por la rebelión de los animales de la Granja Manor, habían sido traicionados por Stalin y sus acólitos. En la novela los cerdos toman la iniciativa de la rebelión por ser los más inteligentes de los animales. Eran los guías de la rebelión y los que asumían el liderazgo de los demás. En la novela los cerdos eran el Partido Comunista. Entre ellos Orwell hacía distinciones. Había dos cerdos a los que presentaba como justos: Mayor, el más viejo, representaba a Lenin, y Snowball a Trotski, que acababa exiliado por instigación del cerdo Napoleón, que hacía el papel de Stalin. El célebre poeta T.S. Eliot rechazó la novela de Orwell por su orientación trotskista, y no le faltaba razón. El tiempo acabaría mostrando a todo el mundo que los crímenes y la opresión del comunismo no fueron una corrupción de sus esencias ideológicas, sino el desarrollo lógico de sus tesis materialistas y totalitarias. De hecho, los crímenes soviéticos empezaron ya con Lenin, desatando hambrunas que dejaron millones de muertos, con la intención de someter a la población. El cerdo Mayor era, en el mundo real, un genocida, y Snowball era uno de sus principales cómplices.
El “capitalismo de Estado”: tapando las miserias del comunismo
La novela acaba con los animales de la granja viendo una escena insólita: media docena de miembros de la casta dirigente de los cerdos, con Napoleón a la cabeza, celebran una cena con media docena de granjeros -los humanos eran los enemigos-, riendo y cantando. En esa cena los cerdos se vanaglorian de tener la propiedad de la granja animal, en la que los demás animales han acabado siendo mucho más explotados que con su antiguo propietario humano, pero acallando toda protesta. Orwell conecta con la idea de que el comunismo soviético degeneró en un capitalismo de Estado, una tesis que muchos comunistas han sostenido tras la caída del Muro de Berlín, como una cínica forma de atribuir al capitalismo los errores y vilezas del comunismo. Hay que tener en cuenta que el capitalismo implica la existencia de propiedad privada, y en el comunismo ese derecho brilla por su ausencia. En el Estado soviético los medios de producción eran propiedad del Estado. Ni siquiera las viviendas eran de las personas o de las familias que las habitaban, sino una propiedad del Estado que se asignaba siguiendo determinados criterios, entre los que no figuraba que la vivienda fuese de tu gusto o de tu elección. Aún en septiembre de 1989 la URSS se resistía a admitir la propiedad privada, sólo un par de meses antes de la caída del Muro de Berlín y un par de años antes del derrumbe del Estado soviético. Bajo el comunismo el trabajador ni siquiera era dueño de su fuerza de trabajo. El economista Vasili Seliunin, convencido anticomunista y una de las más destacadas voces críticas de la URSS en los años de la Glasnost, criticaba esa apropiación del trabajo en estos términos: “No se permite que la fuerza de trabajo se convierta en objeto y sea una propiedad individual del trabajador, que ha sido así expropiado de su fuerza de trabajo.”
Dos comunistas que se felicitan por el nuevo éxito de un engaño masivo
Estas consideraciones sobre el comunismo son necesarias para abordar una de las noticias que dejó el día de ayer: el comunista Alexis Tsipras ha vuelto a ganar las elecciones en Grecia. Desde España otro comunista, Pablo Iglesias, se ha apresurado a felicitarle por lo que considera “la victoria del pueblo griego”. Leyendo esto uno se queda tan extrañado como los habitantes de la Granja Animal al ver los cambios de consignas que ordenaba la casta porcina. El problema de muchos de esos animales es que tenían mala memoria. Yo no. Recapitulemos.
Tsipras ganó las elecciones griegas del 25 de enero, valiéndose de una serie de propuestas entre las que se incluían la reestructuración de la deuda, el aumento del gasto público, la subida de los impuestos, la nacionalización de bancos y empresas, la subida del salario mínimo y de las pensiones y una mayor rigidez en el mercado laboral. Teniendo en cuenta la precaria situación de las cuentas públicas griegas y en especial su enorme endeudamiento a causa de políticas como las prometidas por Tsipras, las propuestas de Syriza eran claramente irrealizables pues tendrían un coste astronómico que Grecia no tenía como financiar. La victoria de Syriza no fue, como dijeron algunos, una victoria del pueblo griego o una derrota de las políticas de austeridad. Antes bien, esa victoria de Syriza fue el triunfo de un engaño masivo que pronto se vino abajo. Como cabía esperar, Tsipras no pudo desarrollar sus irreales proyectos porque no había forma de financiarlos. Pero lejos de contribuir a mejorar la situación griega, las propuestas radicales de Syriza desataron el pánico y hundieron la solvencia de Grecia hasta mínimos históricos. ¿Qué insensato presta dinero para hacer fantasiosos proyectos a un gobierno que se niega a reconocer sus deudas?
Syriza, o cómo rematar del todo a un país con serios problemas
Siguiendo los consejos de su estrafalario ministro de Finanzas, Yanis Varufakis, Tsipras convocó un referéndum a modo de órdago contra la Unión Europea. Pretendía consultar a los griegos, una vez expirado el plazo de pago, si eran partidarios de asumir el pago de sus deudas. Desde Podemos defendieron esta pantomima como la panacea de la democracia, como si lo democrático fuese decir a tus deudores que vas a hacer una consulta para decidir si les pagas lo que les debes. Para colmo, Tsipras anunciaba que respetarían los resultados de la consulta “sean cuales sean”, pero que no los llevarían a cabo si triunfaba el “sí”. Es decir, que sólo haría lo que le ordenara el pueblo si era lo que le apetecía hacer. Toma democracia. La pérdida de solvencia que esto suponía para Grecia era enorme y tenía unas consecuencias inevitables. A finales de junio Grecia estaba con un pie fuera del euro y con la gente haciendo colas en los cajeros para recuperar sus ahorros: el país acabó en un corralito bancario, con una pérdida colosal de capitales y con los ciudadanos incapaces de acceder a sus ahorros y pensiones. Con sus políticas radicales Syriza acabó por hundir el país, dañando gravemente a su sistema bancario y a su tejido empresarial, con una enorme destrucción de empleos. Obligado por los acontecimientos provocados por su propia irresponsabilidad, y tras haber rechazado los dos rescates previos a Grecia, Tsipras acabó pasando por el aro de la UE para pedir un tercer rescate, aceptando unas medidas de las que abominan Pablo Iglesias y Podemos en España: reforma de las pensiones, elevar la edad de jubilación a los 67 años; eliminación de subsidios a agricultores; privatización de empresas públicas; subida del IVA; flexibilización del mercado laboral y liberalización del sector de los servicios. Es decir, que Tsipras, que dijo que no obedecería el referéndum si ganaba el “sí”, acabó desobedeciéndolo tras la victoria del “no” a la deuda, la opción que él mismo apoyó. ¿Y qué hizo Podemos? Pues Pablo Iglesias salió en apoyo de Tsipras a pesar de hacer lo contrario de lo que prometió a su pueblo.
Tsipras decidió probar si le funcionaba otra vez más el timo…
Así pues, tenemos una Grecia que es el resultado de décadas de despilfarro público, de un sistema de pensiones públicas insostenible, de un desmesurado peso del sector público sobre la economía y de un endeudamiento estatal que ha acabado haciéndose insoportable para el país. Grecia es la mejor demostración de la ruina que generan las políticas socialistas, tanto las aplicadas por el PASOK como por los conservadores de Nueva Democracia (en este aspecto Grecia se parece mucho a España, pues aquí la derecha parlamentaria también ha asumido los disparates económicos de la izquierda: más impuestos, más gasto público, más deuda pública…). Pero además Grecia demuestra también que las recetas populistas de la ultraizquierda, lejos de mejorar la situación, la agravan y mucho. Para que Grecia prospere necesita sanear su economía y aligerar el insoportable peso del Estado. Tsipras se ha limitado en estas elecciones a prometer que intentará mejorar las condiciones del rescate, condiciones que él mismo aceptó y que aprobó el Parlamento griego. A estas alturas los griegos no tenían ningún motivo para confiar en un mentiroso que traicionó sus irrealizables promesas electorales y su compromiso sobre el referéndum que él mismo convocó, y al mismo tiempo, los acreedores de Grecia ven como el trilero de Syriza insiste en regatear el cumplimiento de unas condiciones que ya había aceptado.
… y los griegos se dejaron timar de nuevo
Sin embargo, en una demostración más de que la opinión de la mayoría no siempre está del lado de la razón ni de la sensatez, los griegos se dejaron engañar ayer, una vez más, por ese timador. Si te mienten una vez la culpa es de quien te engaña, pero si te mienten dos veces, la culpa es tuya por fiarte de un mentiroso. Cierto es que las elecciones de ayer estuvieron marcadas por una alta abstención (el 45,5%), pero el hecho es que Syriza ha vuelto a ganar tras engañar a los griegos dos veces. Que Podemos llame a esto la “victoria del pueblo” me parece de chiste. Ya me imagino a Tsipras e Iglesias echándose unas risas, sentados a la mesa de los mismos políticos europeos que han aceptado llevar a cabo un tercer rescate a Grecia a costa de nuestro dinero, y sabiendo ya que la palabra de Tsipras no vale nada. A la casta porcina de Alexis Tsipras y de Pablo Iglesias el triunfo del engaño de Syriza le permite prolongar su verdadera hoja de ruta: generar inestabilidad, desesperación y miseria, que es el único escenario en el que los charlatanes del populismo pueden obtener la atención y el apoyo de millones de incautos. Pero hay algo más. En su escena final Orwell presentaba como indistinguibles a los cerdos estalinistas y a los granjeros capitalistas. Y en algo coincide esto con la cena que podrían mantener Tsipras, Iglesias, sus amigos porcinos y los políticos de la UE: tanto la izquierda populista como la clase dirigente europea, al menos la asentada en el consenso socialdemócrata (que es la mayoría), pretenden que los ciudadanos dependamos del Estado en mayor o menor medida, pero desde luego ambos sitúan esa medida muy por encima de lo que sería deseable en una sociedad libre y que no quiera verse sometida a los caprichos de una clase política instalada en el intervencionismo salvaje. Una clase política que cada vez se parece más a los cerdos de la Granja Animal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario