Desde el adelanto electoral ha perdido apoyos internos en el PSOE y carisma ante los foros influyentes de Madrid que le dieron categoría de líder nacional
El 3 de octubre de 2013 buena parte de los asistentes a un desayuno informativo en el Hotel Ritz salieron haciéndose la misma pregunta «¿Quién es esa chica?». Llegaba Susana Díaz a Madrid cuestionada por su escaso perfil para dirigir la Junta. Allí cerró bocas. Consiguió captar la atención de casi todos con un discurso centrado en la defensa de la unidad de España con un punto de autocrítica hacia su partido y las concesiones de Rodríguez Zapatero a Cataluña. La mención a España en boca de una política socialista en Madrid ya era suficiente argumento como para quitar los ojos de los bollos y el café. Pero es que además se trataba de una joven política socialista que hablaba con contundencia de asuntos en los que su partido, en plena crisis de liderazgo de Pérez Rubalcaba, parecía perdido. El exministro de Justicia y alcalde de Zaragoza, Juan Alberto Belloch, resumió todo en una frase: «Ha nacido una estrella».
Un mes antes, Díaz era investida presidenta de la Junta de Andalucía en la primera votación gracias al apoyo de los doce diputados de IU. Había sido designada sucesora por José Antonio Griñán, que abandonaba el cargo aduciendo motivos tan «personales» como que le quemaba el fuego del caso ERE, aunque no quisiera entonces reconocerlo. La presidenta daba otro golpe de efecto en su primer discurso ofreciendo un pacto nacional anticorrupción. Una calculada estrategia para poner tierra de por medio con los escándalos de gobiernos precedentes y con su propio pasado como miembro del ejecutivo y dirigente socialista. Las fotos con su mentor Griñán fueron pronto confinadas al baúl de los olvidos. Había que abrir otro álbum para retratar un «tiempo nuevo».
Susana Díaz repitió otra vez en Madrid las claves del discurso del Ritz al mes siguiente en otro hito de su fulgurante ascenso: la Conferencia política del PSOE, donde allanó el camino para que su elección a final de noviembre de 2013 como secretaria general de los socialistas andaluces fuera otra gran demostración de músculo. En plena cresta de la ola Díaz ya no ocultaba entre sus más allegados que su objetivo era liderar a todo el PSOE. Pero en su hoja de ruta se cruzó el miedo a perder y dio un paso atrás.
Antes había que gobernar Andalucía, el último bastión socialista, condicionada por el pacto con IU. Díaz hizo todo lo posible por evitar que ese inconveniente marcara una acción de Gobierno, discreta en la gestión pero hiperactiva en promoción. Frente al discurso comunista contra el capital, la presidenta posaba en fotografías con lo más granado del IBEX 35 firmando convenios.
El otro álbum de fotos que interesaba a Díaz era el de su proyección en política nacional e internacional. Con la misma expectación se había presentado en octubre de 2013 en Moncloa para reclamar a Rajoy un plan de empleo para Andalucía (los problemas siempre son externos, las soluciones suyas).
En diciembre volvía a la Moncloa. En cartera, el reparto de fondos del Plan Juncker y en el salón una larga conversación en la que muchos quisieron ver los cimientos de la «gran coalición». Era el día de la Lotería, y Díaz ya había comprado el décimo de la ruptura del pacto de Gobierno para jugársela.
Aquel sorprendente anuncio, después de que se aprobara semanas antes con total acuerdo el presupuesto que ahora garantiza el funcionamiento de Andalucía, subió la cotización de Díaz como estadista. Era una jugada maestra para adelantarse a los acontecimientos: al avance de Podemos, a la reorganización del PP, al despertar de Ciudadanos, para restar protagonismo a las municipales... y para seguir proyectando su imagen como la verdadera líder del PSOE federal. Esa fue la clave que más caló en Madrid. Y en Ferraz dijeron basta. Pedro Sánchez inició la reconquista del espacio que día a día le recortaba Díaz con un cambio de discurso y una discreta negociación con las distintas sensibilidades del partido. Y en la vieja guardia socialista la ansiedad de Díaz comenzó a molestar. El boleto que jugaba era dejar de ser una presidenta por designación, para ser la presidenta con mayor poder frente a Rajoy. Ante un hipotético batacazo del PSOEen el resto de comunidades, ¿quién cuestionaría su liderazgo antes de otoño?
Pero sus ambiciones chocaron con los números. Cuando en la noche electoral bajaba por la rampa de Fibes en una estudiada puesta de escena para reencontrarse con «su gente», iba haciendo cuentas. Los tertulianos destacaban su destreza por haber atemperado el ocaso del bipartidismo. Sacar los mismos escaños que Griñán en 2012 le permitía conservar la vitola de ganadora que enmascaraba la pérdida de más de cien mil votos, y la dura derrota del PP dimensionó la victoria socialista más de lo que en realidad decían las matemáticas: el panorama político de Andalucía había cambiado y era necesario el juego de los acuerdos entre partidos. Susana Díaz tenía claro que en estas circunstancias gobernaría en minoría, pero tendría que ser investida. Y cambió su suerte.
Pronto la realidad rompía el cántaro con el que escribía en San Telmo el cuento de la lechera de un Gobierno sin pasado, cuya presidenta se consideraba ya la voz de Andalucía. Dos días después de la cita electoral la Guardia Civil desplegaba un operativo en toda la Comunidad dentro de la investigación sobre el fraude en cursos de Formación con detenciones de ex altos cargos de la Junta y se difundía una grabación en la que la exdelegada de Empleo de Jaén instaba a los trabajadores de un consorcio de la Junta a dejar sus responsabilidades para hacer campaña a favor del PSOE en 2012. ¿Así ha ganado también el PSOE estas elecciones? se preguntaron muchos. La sombra del régimen se proyectaba sobre San Telmo. El Supremo citaba a los expresidentes y exconsejeros imputados por Alaya en el caso ERE. Y había que negociar con cuatro partidos la investidura.
Dimisiones en diferido
Todos pusieron condiciones. La principal, la salida de la política de los expresidentes. Díaz se limitó a recordar que si eran imputados por el juez les pediría el escaño. En Madrid, José Antonio Griñán echaba leña al fuego al reconocer el «gran fraude». Mientras, el PSOEconseguía sacar rédito a su mayoría en la constitución del nuevo Parlamento andaluz, pero esto no hizo más que enseñar a las formaciones debutantes que no se pueden despistar y dejó claro que el PP, ninguneado, no iba a ser la llave para desbloquear la investidura.
El 22 de abril es una fecha clave en este relato del ocaso. Griñán anuncia que dejará la política a sabiendas de que no sería reelegido senador por el Parlamento andaluz. Sonaba a estrategia de apoyo para convencer a Ciudadanos y Podemos para la abstención que permitiera a Díaz ser presidenta en una segunda votación con mayoría simple. Pronto, Manuel Chaves se dio cuenta de la operación, que tachó de «chantaje». Lo hizo el mismo día que González mandaba recado a Susana Díaz: «Nunca hubiera aceptado que utilizaran el nombre de dos expresidentes para negociar». AChaves le llegó el recado y anunció que saldrá de la política cuando deje su escaño en otoño. Dicho esto, no hay que buscar más allá el origen del apagón de la estrella de Susana Díaz. Su ambición ha chocado con pilares del socialismo. Iba demasiado rápido. Ahora con las elecciones municipales en puertas sabe que puede ser víctima de las maniobras de su propio partido sobre futuras alianzas. Ha perdido autonomía. Fue presidenta por designación y no ha pasado de presidenta en funciones. Es más débil. Pero es Susana Díaz.
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