martes, 19 de agosto de 2014

Sobre el odio a Israel

 
 
 
En estos mismos días centenares de cristianos son masacrados en Irak, Siria y Nigeria. Como ha sido señalado por diversos comentaristas y agencias de noticias, no son judíos quienes perpetran esos crímenes, sino musulmanes. Ahora bien, en Gran Bretaña, Francia, Holanda, Bélgica, Italia, Alemania, España, Dinamarca, Australia, Estados Unidos, y otros países del mundo occidental, se han realizado manifestaciones callejeras para protestar contra la acción militar de Israel en Gaza, acción basada en un inequívoco derecho de defensa legítima por parte de Israel, y acción que por desgracia produce muertes de inocentes. Por ningún lado, sin embargo, se observan iguales protestas contra la persecución y asesinato de cristianos y otros grupos religiosos y étnicos a manos de musulmanes en Irán, Afganistán, Pakistán, Libia, Costa de Marfil, Indonesia, Sudán, Kenya, Nigeria, Somalia, Tailandia, India, Malasia y Filipinas, para mencionar sitios adicionales.
Las manifestaciones de protesta en Europa y otras partes se llevan a cabo casi exclusivamente contra Israel y los judíos, a pesar de que en términos relativos lo que ocurre en Gaza, por encima de todos los bien documentados esfuerzos de Israel para minimizar en lo posible las víctimas civiles, no puede compararse en intenciones y propósitos a los empeños genocidas de paramilitares musulmanes que estamos viendo en Irak, por ejemplo, en contra de grupos cristianos y de otros credos. Y al decir esto en modo alguno pretendo menoscabar o desdeñar las penurias y el sufrimiento de la población de Gaza, sometida como está a los impulsos suicidas de Hamás y a la retaliación de Israel.
La indignación de Occidente se centra y focaliza en Israel y los judíos. ¿Por qué? No me cabe duda de que estamos presenciando otra prueba de la persistencia de los viejos odios antijudíos, que han envenenado por siglos el alma europea en particular, y que están extendiéndose en Estados Unidos y América Latina. El pueblo judío conoce muy bien estos odios ancestrales, de los cuales ha sido muchas veces víctima, y que hallaron su expresión más terrible, imperdonable y demencial en el Holocausto nazi. La creación de Israel está íntimamente vinculada al imperativo existencial del pueblo judío de proveerse de un hogar propio y defenderlo a toda costa, frente a odios que, no importa lo que los judíos hagan o dejen de hacer, parecieran no tener curación.
Lo que en estos tiempos se hace patente con relación a Gaza, Hamás, y la reacción de buena parte de los medios de comunicación occidental es hacia los eventos que allí tienen lugar, amerita un análisis que vaya más allá de las explicaciones basadas en el anti judaísmo silvestre, alimentado de ignorancia y esquizofrenia, del Occidente de raigambre cristiana. La tesis que acá deseo plantear es que la hipocresía y distorsión en la reacción hacia los eventos en Gaza, pone de manifiesto que Israel representa para Europa y Occidente en general un desafío ético y político que los europeos de hoy no desean aceptar, y ni siquiera quieren mirar de frente, prefiriendo evadirlo u ocultarlo mediante el rechazo al chivo expiatorio judío.
Israel, con su indoblegable decisión de defenderse frente a quienes han jurado su liquidación y repetidamente ratificado su voluntad de exterminar a los judíos, reta a Europa y a todo Occidente a entender la verdad: el islamismo radical constituye una amenaza existencial, no meramente episódica y pasajera, a todos los fundamentos de nuestra civilización.
¿Pero qué es lo que resta de esa civilización occidental de origen cristiano? Pues básicamente unos desechos de relativismo moral, de hedonismo, carencia de valores distintos al goce material, y la voluntad de no tomar la vida en serio y dejarse llevar por una incesante cadena de sensaciones efímeras, estimuladas por un consumismo frenético. A esto se suma la decadencia de las élites políticas y económicas entregadas a la más deleznable demagogia. Todo ello choca frontalmente contra el ejemplo de un pueblo, los judíos, y de su patria, Israel, que experimentan en carne propia y día a día el significado del radicalismo islámico, y responden con contundencia y eficacia en defensa de sus tradiciones, valores y sobrevivencia.
Europa, Estados Unidos y el Occidente en general no desean saber nada de valores, compromisos, sacrificios, o decisiones firmes. Los pueblos del Occidente democrático y capitalista decaen demográfica y espiritualmente, y escapan en lo posible de una realidad que les acosa. ¿Para qué sacrificarse y prolongar la vida hacia el futuro? El objetivo es divertirse aquí y ahora y llegar al fin sin demasiadas preguntas, sin complicarse la existencia.
De paso el odio a Israel, particularmente en Europa, es una forma de atenuar el sentido de culpa por el Holocausto. Decir, como lo he leído, visto y escuchado en diversos periódicos y noticieros de TV y radio de Europa, Estados Unidos y América Latina, que la actual acción militar de Israel en Gaza se asemeja al Holocausto hitleriano de los judíos, no solo es una absurda distorsión y una claudicación de todo sentido de las proporciones, sino una prueba de que la saña contra Israel esconde una vena secreta, por la que circula la ambición de restar importancia a la mortal pesadilla que en su carne y en su alma experimentó el pueblo judío a manos de los nazis.
Me atrevo a aseverarlo: el odio a Israel también revela envidia; sí, envidia de los inmensos logros del pueblo judío en todos los órdenes del avance y el progreso en nuestro tiempo. Esos logros son primeramente espirituales y tienen que ver con el compromiso con unos valores, con el repudio a la frivolidad política y al relativismo moral que corroen las almas de los occidentales de hoy. Y a esos logros espirituales se añaden las extraordinarias conquistas de Israel y los judíos en todos los planos del conocimiento científico, del desarrollo tecnológico, del arte y la literatura. Impresiona en tal sentido leer la lista de Premios Nobel judíos y su relación con el número total de ese pueblo en Israel y otras partes del mundo.
La civilización islámica, de su lado, padece de una crisis profunda. Yo lo lamento; no se trata de algo que me agrade o que celebre. Es una simple verdad que puede con facilidad constatarse, y es un problema que va más allá de la ausencia de democracia y de la abortada “Primavera Árabe”, y que se vincula con la libertad interior del ser humano, con lo que Kant llamaría nuestra “autonomía moral”. Para alcanzar ese punto culminante de la dignidad del ser humano Occidente necesitó, entre otros procesos de cambio, la Reforma Protestante. No se observa nada similar en el mundo musulmán, un ámbito donde la separación entre el gobierno político de las personas y el gobierno espiritual de las conciencias todavía no tiene lugar. El mundo islámico no pareciera tener la fuerza interior necesaria para acceder a una modernidad sustentada en la libertad de conciencia.
De sulado, Europa está descubriendo que las inmensas comunidades musulmanas que viven en su seno, en Inglaterra, Francia, Holanda, Alemania, etc., no son necesariamente susceptibles de asumir los valores de tolerancia y convivencia que proclama la noción occidental de derechos humanos. Los europeos se resisten a admitir esa realidad, continúan refugiándose en la evasión, la “corrección política” y la negación de todo aquello que no complace al prevaleciente hedonismo facilista. De allí que los políticos democráticos en Europa se rehúsen en general a condenar inequívocamente las metas genocidas de Hamás, y continúen con la pantomima de establecer una equivalencia moral entre Israel y sus implacables enemigos. Se trata de políticos de plastilina, de pacotilla, de meros lectores de encuestas incapaces de tomar posiciones claras y valientes, ocupados solamente de ganar elecciones con base en la demagogia y en lo posible enriquecerse personalmente y a sus familias. Un espectáculo deplorable.
Hamás lo establece inequívocamente en sus documentos fundacionales: su meta es liquidar a Israel y exterminar a los judíos. Las decenas de misiles que a diario están disparando contra Israel, los túneles de la muerte por los que transportan sus armas y pretenden penetrar el territorio de Israel para masacrar judíos, todo ello es lo que con sobradas razones los gobernantes y el pueblo de Israel están procurando destruir. Los medios de comunicación occidentales saben muy bien que Hamás esconde armamentos en escuelas, mezquitas y hospitales, que incita a la población civil de Gaza a actuar como “escudos humanos”, que busca activamente la multiplicación de víctimas civiles inocentes para ganar en el plano de la propaganda una guerra que no es capaz de ganar en el plano militar. Todo esto es muy bien conocido por el que se ocupe de estudiar el tema con objetividad y no sobre la base de prejuicios y odios irracionales. Pero ya que el odio hacia Israel prosigue sin tregua, al pueblo judío no le queda más remedio que defenderse.
 

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