ABC recuerda a las grandes figuras del toreo. Matadores cordobeses que salieron por la puerta grande y que aún lo hacen.
1-Rafael Molina Sánchez «Lagartijo», un antes y un después en el toreo
La irrupción del toreo cordobés en la Historia de la Tauromaquia parte de Lagartijo. Hasta su figura, el dominio de las suertes y de la Fiesta estuvo influenciado por diestros oriundos de las tierras de Jerez y de Sevilla, con sus pertinentes escuelas. En el siglo XVIII, el toreo adquirió formas y estéticas de protocolo para conformar una realidad que lideraron a mediados del siglo XIX los Cuchares y El Chiclanero, estableciendo así la primera de las competencias. Hasta dicho período, el toreo cordobés no había adquirido relevancia. El primer maestro del que data constancia antes de Lagartijo fue Rafael Pérez de Guzmán, si bien, con un papel relevante únicamente por su discreción. Fue Rafael Molina (27 noviembre de 1841, Córdoba), apodado como Lagartijo, quien introdujo un precedente en la evolución de la disciplina taurina. Y lo hizo, tal y como detalló el crítico Mariano de Cavia en la publicación La Lidia, estableciendo las pautas básicas para lidiar reses bravas. Nacido en el popular barrio de La Merced, fue hijo de banderillero, cometido que también desarrolló como integrante de las cuadrillas de los hermanos Carmona, siendo el mejor de ellos (Antonio) el que el 29 de septiembre de 1865 le dio la alternativa en la Plaza de Úbeda. El diestro cordobés alternó con la élite de la época. Cuchares y, sobre todo Frascuelo, entre otros, fueron algunos de sus principales rivales dentro de los ruedos. Lagartijo fue un gran dominador de suertes, especialmente en banderillas y como lidiador. Su particular estilo al entrar a matar, preferentemente al volapié y con estocadas cortas, fue bautizada como media lagartijera. Su quehacer taurómaco entró en el libro grande la historia para dejar su nombre con un apellido especial, el de primer Califa del Toreo cordobés. Falleció el 1 de agosto de 1900.
2.Rafael Guerra «Guerrita», el heredero del Califato
El torero Rafael Guerra «Guerrita»
La herencia de Lagartijo fue a topar con el particular y completo lidiador cordobés Rafael Guerra (6 de marzo de 1862). Amigo del primero, adquirió su apodo una vez comenzado a ejercer de torero de plata en la cuadrilla de El Gallo, donde destacó como un peón de primera hasta que recayó en la del primer Califa. Tomó la alternativa el 29 de septiembre de 1887 con 26 años en Madrid de manos de este mismo y tras haber generado gran expectación como torero de plata. Al poco tiempo de doctorarse una res le propinó una de las cogidas más graves que se recuerdan, en el cuello. No obstante, pudo recuperarse para continuar engrandeciendo el toreo cordobés allá donde fue vestido de luces. Alcanzó la cifra de 889 corridas de toros, estoqueando un total de 2.238 cornúpetas en su trayectoria. De Guerrita, al igual que ocurriera con Joselito y Chiclanero, se le recuerda por su especial versatilidad antes los astados. Menos esbelto que Lagartijo con el capote, supo mantener el éxito durante quince años gracias a su habilidad y valentía. Falleció el 21 de febrero de 1941 después de haber forjado en vida la leyenda de quien al poco tiempo pasó a ser un mito.
3-Rafael González Madrid «Machaquito», la temeridad del gran estoqueador.
Un triunfador que enganchaba por su arrojo y pundonor. Rafael González Madrid (Córdoba, 1880) debutó con apenas veinte años como novillero, edad precoz para la época a tenor de cómo se formaban las figuras. Con esa misma edad, en el 16 de septiembre de 1900 tomó la alternativa en Madrid para doctorarse y así desarrollar una profesión durante trece años. En su perfil de torero se recoge como característica principal su gallardía delante de los astados, especialmente en el último tercio. Estoqueó un total de 2.155 toros, de los cuales, 1.042 rodaron sin puntilla. Su vínculo con la Fiesta se enraíza en las denominadas cuadrillas infantiles que promovió el banderillero Caniqui, donde destacó junto a Lagartijo Chico. Su competencia con Bombita y con Vicente Pastor generó gran expectación en los graderíos. Fue Machaco un torero de valentía que, entre otras hazañas, hizo brotar de manera apoteósica la importancia del toreo con su impactante actuación ante un toro de Miura, de nombre Barbero, en su mejor temporada, la de 1913. Su última actuación fue en la sesión de alternativa de un creciente Juan Belmonte antes de que a los tres días anunciase una retirada imprevista. Falleció el 2 de noviembre de 1955.
4-Manuel Rodríguez «Manolete», el gran torero que la Historia esperaba
Con Joselito nació el espectáculo, con Gaona, el toreo impecable. Ignacio Sánchez Mejías, Granero, Chicuelo, Gitanillo de Triana, Lalanda, con ellos, la adaptación y la evolución de lo artístico. Pero antes de estos últimos, el belmontismo. Juan Belmonte, el gran torero sevillano, el revolucionario. El mago de la Tauromaquia. Y en esos años, la progresión de la Fiesta. Pero también la decepción. Porque en aquella época, la Fiesta llegó a resultar insuficiente. El aficionado se convirtió en un grupo recoleto y escogido que intercalaba con la masa. Falta hacía para el joven y para el maduro un torero del corte de Manolete, una estética imprevista para el toreo. Una personalidad apabullante, desconocida y atractiva por su sobriedad, por su discreción, por su valía. Nació Manolete en Córdoba el 4 de julio de 1917, cuando el planeta vivía la Gran Guerra. En esa coyuntura, comenzó a crecer un héroe que nunca logró saber que lo sería per sécula tras morir por obra y gracia del destino. Manolete rompió todos los cánones. Dibujo un paraíso nuevo al borde de la muerte mientras conectaba impartiendo un magisterio que hizo olvidar otra guerra, la Civil española. Manolete creció inundado de genética taurina. Su padre, de mismo nombre, su infortunado tío abuelo Pepete, que vio la muerte con un toro de Miura en 1862, u otros tíos que ejercieron de banderilleros o picadores completaron su ascendencia hacia la Fiesta. El flacucho joven del barrio de Santa Marina creció jugando al toro en el Campo de la Merced. Instruido en Los Salesianos, de adolescente llegó a trabajar en una empresa de transportes para ayudar a la maltrecha economía familiar. Con diecinueve años, de novillero, fue llamado a filas en una ciudad donde el poder lo ejercían los sublevados contra la República. Dirigido siempre por la batuta de José Flores Camará y habiéndose forjado un nombre en el potencial mercado del toro, Manolete tomó su alternativa en 1939. En apenas ocho años, su nombre pasaría a la historia. En Linares, la cogida mortal de Islero el 28 de agosto de 1947, falleciendo en la madrugada del día posterior. Pero en ese tiempo, el apodado como Monstruo de Córdoba, puso empeño en erigirse como el gran dominador de distancias, el torero que se arrimaba a todos los toros, el estiloso, el profundo, el entregado, el plástico, pero, sobre todo, el puro. Manolete, en realidad, nunca ha muerto.
5-José María Martorell, un punto de inflexión
El legado manoletista perduraba mientras la vida taurina continuaba. Nació José María Martorell (Córdoba, 1929) para así ejercer de torero de tránsito tras la trágica muerte del Monstruo. Tomó la alternativa a los veinte años en el Coso de Los Tejares, de manos de Parrita. Fue un matador influenciado por el estilo de Manolete, con un valor sostenido. La historia le atribuye una buena progresión como novillero, encabezando la lista de los aspirantes. Ya de matador, las crónicas de la época le definirían como un buen torero con la capa, valeroso y tozudo muletero a la par que buen estoqueador. Se retiró en 1958 en el mismo coso que le vio nacer. Martorell, dejó su impronta propia en España y Méjico, donde pudo hacer fortuna, pero donde también estuvo a punto de morir. Su vida como torero no fue sencilla, pues se le llegó a esperar como al sucesor de Manolete. Se retiró en una época en la que «la Fiesta estaba rara. No había dinero pa nadie», coo se recoge en el libro «Paseíllo de luces y sueños califales», del autor Ángel Mendieta, quien en una entrevista reconoce como hitos que «en Méjico me tuvieron tres horas paseándome a hombros, fue memorable».
6-José María Montilla, el toreo íntimo y discreto
Nació en la provincia de Sevilla (Gerena, 9 mayo 1941), aunque de manera circunstancial, porque a los dos meses de nacer su familia se trasladó a Córdoba. Él siempre se reconoce como «cordobés hasta los huesos». No fue un espada de renombre ni de amplia trayectoria más allá de que, en cambio, siempre ha sido respetado en Córdoba por su tauromaquia y, en tiempos más cercanos, por su aportación divulgadora de la Fiesta en medios de comunicación. Tomó la alternativa el 26 de mayo de 1962 en Los Tejares junto a Julio Aparicio y Jaime Ostos. De una trayectoria taurina más bien escueta, se retiró en 1966 en el Coso de Los Califas, Montilla llegó a protagonizar junto a otro espada cordobés, Agustín Castellano El Puri la película El Paseíllo, dirigida por Ana Mariscal. Entre sus virtudes, hacer valer su prudencia dentro y fuera de los ruedos y ejercer con sapiencia el ministerio de decano del toreo cordobés. Entre sus logros profesionales, haber actuado como coetáneo con grandes figuras del escalafón, haber inaugurado la actual plaza cordobesa junto al citado Manuel Benítez y Zurito y poseer entre sus galardones el Trofeo Manolete tras su actuación en la tarde de su alternativa, donde cortó tres orejas en una tarde donde también actuaron los hermanos Peralta.
7-Manuel Benítez «El Cordobés», un heterodoxo del canon
Cambió la Fiesta y dio la vuelta al planeta haciendo alarde de ello. Cuestionado por su torería pero incuestionado por lo conseguido, Manuel Benítez El Cordobés (4 de mayo 1936, Palma del Río) fue el torero del pueblo que devolvió los llenos a las plazas de toros. Con una personalidad infinitamente atractiva, el torero fue capaz de hacer sombra a la maestría de espadas como El Litri, Antonio Ordóñez o El Viti, entre otros, en una época donde varió la Fiesta, desde el punto de vista turístico, como apunta el autor Néstor Luján en el libro «Historia del Toreo». Manuel Benítez, alejado del canon, fue el gran dominador de la Fiesta. Abc llegó a publicar sobre su figura que «ha transformado el tranquilo lago taurino en un furioso océano», que se detalla en el libro «Los Califas del Toreo. Historia y vida». El Cordobés fue torero por mediación de la figura de Rafael Sánchez Ordóñez «El Pipo». Como el propio Califa ha reconocido en infinidad de ocasiones, «fui torero gracias a él». El 25 de mayo de 1963 tomó la alternativa en Córdoba para así comenzar a escribir en el libro del toreo páginas imborrables. Fue de manos de Antonio Bienvenida y José María Montilla. En adelante, una vertiginosa carrera como matador alejada de ortodoxias pero fiel a un estilo propio. Supo conectar con el público porque fue un «fenómeno de masas». Descarado, extravagante y con casta. Así fue, así es Manuel Benítez quien a los 77 años aún ha sido capaz de volver a pisar un ruedo para demostrar que «la edad no existe», como explicó a Abc en su última entrevista.
8-Gabriel de la Haba «Zurito», de una estirpe torera
La historia reciente del toreo cordobés está obligada a rendir continúo homenaje a quienes han contribuido a su engrandecimiento de algún motivo u otro. Después del boom generado por El Cordobés, cualquier comparación de un diestro con dicho fenómeno minimiza el impacto en los libros de divulgación taurina, pero cabe reseñar que fueron muchos los que siguieron haciendo el paseíllo para llenar de méritos el sello de Córdoba sobre los ruedos. Gabriel de la Hala «Zurito» (Córdoba, 14 septiembre 1945) fue uno de ellos. De saga taurina, hijo del matador Antonio de la Haba Zurito y nieto de Manuel de la Haba Bejarano, reconocido torero a caballo, comenzó su trayectoria intentando imitar el legado de sus antecesores. Tomó la alternativa el 24 de mayo de 1964 de manos de Miguel Baez Litri y Joselito Huerta en Valencia acompañado por sus hermanos Antonio y Manolo, militantes en su cuadrilla. Su retirada, más bien pronta, en 19700, no le quitó el gusanillo, puesto que años después, aún continuaría participando en festivales. Zurito, el tercero de la terna que inauguró Los Califas, también ha sido reconocido posteriormente por su vinculación con la Fiesta, llegando a ejercer como apoderado de toreros como Finito de Córdoba o José Luis Moreno en las etapas iniciales de sendos.
9-Manuel Cano «El Pireo», inspiración y embrujo de un toreo exquisito
Corto fue su paso por la Fiesta, si bien resultó sumamente intenso. Porque hubo un cordobés que en la época de los sesenta resultó prolijo por virtud en las formas, que no en el tiempo. Se trató de un torero exquisito, de inspiración y de embrujo que dejó el sello a quienes lo definieron como el «divino sordo» por dejar brotar la inspiración y ejecutar el arte. Del barrio de Las Margaritas surgió una figura que dejó verse en plazas españolas y americanas del que aún hoy se recuerdan sus lentas verónicas o finos lances al delantal. Manuel Cano Ruiz «El Pireo» (Córdoba, 30 julio 1943) se hizo aficionado a los toros en el bar que regentaba su padre (El Pireo) siendo un niño. En su incipiente adolescencia ya se hubo nutrido de todo cuando había escuchado en los mentideros de la época. Fue alumno de la escuela Frente de Juventudes, ubicada en la Puerta del Rincón, donde comenzó a torear de salón. Después de una prometedora trayectoria como novillero, recibió la alternativa en la feria de septiembre cordobesa en 1965 de manos de Antonio Bienvenida. Poco a poco emprendió un camino donde el éxito se fue consiguiendo paso a paso. El toreo de Córdoba, por aquel entonces, volvió a recuperar su esplendor. El Pireo escaló en un escalafón donde andaban los Bienvenida, Ordóñez, Camino, Puerta, Viti, Miguelín e, incluso, El Cordobés. Así, llegó a colocarse como segundo torero del escalafón, consiguiendo éxitos clamorosos en plazas de rango superior. Especial fue la tarde en la que reapareció El Litri en Sevilla, donde el de Las Margaritas llegó a «bordar el toreo», como él confesó. Fue uno de los toreros que tuvo la suerte de participar en corridas televisadas, donde sumó también éxitos. Se retiró en Olivenza el 13 de agosto de 1971 en Olivenza. Seis años antes, protagonizó la película Currito de la Cruz.
10-Finito de Córdoba, el toreo eterno
Despachar un cuarto de siglo de toreo cordobés en apenas unas líneas es casi un sacrilegio. Porque entre los setenta y los noventa hubo nombres más que destacados en la historia de la Tauromaquia de la provincia. Fueron dignísimos representantes los Puri, Sánchez Fuentes, Fernando Tortosa, El Hecho, Rafael Sánchez Saco o El Niño del Brillante, por destacar algunos. Cabe siempre su mención y un capítulo a parte para ellos. Pero el caso es que a Córdoba le hacia falta un nuevo exponente. Y así surgió la figura de Finito de Córdoba. Un torero, aún en activo, que suma mas de un cuarto de siglo en los ruedos y que se ha convertido en el toreo que más veces ha toreado en Los Califas, que más toros ha indultado de cuantos cordobés ha habido y que, sin duda, es el máximo exponente del toreo de Córdoba en la actualidad. Juan Serrano Finito de Córdoba (Sabadell, 6 de octubre de 1971) es el primer cordobés no nacido en Córdoba que más lejos ha llevado el nombre de la tierra desde El Cordobés hasta ahora. Afincado en El Arrecife, el joven diestro tuvo una meteórica trayectoria como novillero que le sirvió para generar un amplio número de seguidores que, aún hoy, continúan ejerciendo de incondicionales. Finito, que alternó con las futuras figuras de la época superando en tauromaquia y en estilo a cuantas compartían paseíllo con él, tomó la alternativa en Córdoba el 23 de mayo de 1991 de manos de Paco Ojeda y Fernando Cepeda. No tardaría el diestro en demostrar su valía como matador, colocándose en los puestos más elevados del escalafón y manteniendo una torería inigualable. Con altibajos por circunstancias ya entrado el siglo XXI, Finito continúa dando argumentos para erigir su figura entre las más grandes de la historia del toreo cordobés. Por volumen y por estilo, el Fino se ha convertido por méritos propios en un matador de leyenda al que aún quedan páginas por escribir. Profundo, artístico, elegante, aromático, intenso, templando, así luce Finito un estilo propio imitado por muchos pero no igualado por nadie. Es Finito el gran torero que cerró el siglo XX y que abrió el posterior para así continuar dejando el pabellón cordobés en un lugar único. Finito es el dueño del toreo eterno. Es porque seguirán siendo. Es Finito. Es el toreo. Es Córdoba.
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