Ahora que la Junta de Andalucía estudia quedarse con la titularidad de la mezquita de Córdoba, la Iglesia enseña un conjunto de documentos históricos que demuestran que la propiedad del edificio ha recaído en ella desde el siglo XIII.
Los documentos son las últimas pavesas de una época; lo que queda después de que haya pasado el tiempo. Cuando han muerto todos los testigos, todavía nos quedan las voces y los gritos de sus protagonistas, el ruido sordo de los acontecimientos en relatos, historias, impresiones varias. La «Primera Crónica de España», de Alfonso X El Sabio, refiere que «en la fiesta de los apostoles sant Pedro et Sant Pablo, la çipdat de Cordoua, a que la estoria llama patriçia de las otras çipdades, esto es padrona et enxienplo de las otras pueblas del Andalozia, fue aquel dia alinpiada (...) et fue dada al rey don Fernando, et el entrado della; et el rey don Fernando mando luego poner la cruz en la mayor torre». Este texto, que da cuenta precisa de aquel momento, es una de las pruebas que esgrime la Iglesia para defender que la titularidad de la catedral/mezquita, ahora cuestionada, le pertenece. De la lectura de este libro, una de las principales fuentes para estudiar el siglo XIII en España, se desprende que Fernando III el Santo entregó el edificio a esta institución con plena conciencia. El cronista describió cómo «cercaron a derredor toda aquella mezquita, esparziendo agua bendita por ella como deuie; et otras cosas annadiendo y que el derecho de sancta yglesia manda, restolaronla desta guisa, et restolarla es tanto como "conbralla a seruiçio de Dios"». Bajo esas líneas el texto puntualiza: «Et despues de aquello, don Rodrigo, arçobispo de Toledo primas de las Espannas, llego de la corte de Roma, et consagro y el primer obispo desta conquista a maestre Lope de Fitero de Rio Pisuerga. Et despues de aquello, el rey don Fernando dioles algunas rrentas a los de la yglesia de Cordoua et confirmogelas con su priuilleio, et dio al obispo de Cordoua Lucena por su camara».
Al archivo de la catedral/mezquita se accede por una puerta dorada contigua al mihrab. En el interior, en unas cámaras repletas de estanterías –la biblioteca alberga más de 600 incunables, la tercera colección más importante después de la Biblioteca Nacional y la Colombina–, aguarda Manuel Nieto Cumplido, responsable de este fondo documental y doctor en Historia Eclesiástica, un hombre de pelo cano pero mirada pilla, espabilada. Él explica que «restolar» es un verbo transitivo de utilización común en el siglo XIII cuyo significado es «restaurar o restituir», y que «combrar» significa «comprar o restituir». Los anaqueles de estas salas abarcan documentos y libros desde el siglo X hasta hoy. Él muestra las estancias con orgullo y con la precaución habitual de las personas acostumbradas a velar por un legado de estas características.
Desde hace unas semanas, la Junta de Andalucía estudia pedir la titularidad de la mezquita a la iglesia. La diócesis de Córdoba ha respondido sacando un primer legado de textos que demuestran que es suya y que existía conciencia de ello desde el siglo XIII. Y «La Primera Crónica de España» es el primer ejemplo.
Una crónica determinante
La «Crónica latina de los Reyes de Castilla» es el segundo testimonio. Refleja cómo en el año 1236 se toma posesión de este edificio: «El canciller, a saber el obispo de Osma, y con él el maestre Lope, quien por primera vez colocó la señal de la cruz en la torre, entraron en la mezquita y, preparando lo que era necesario para que de mezquita se hiciera iglesia (...), santificaron el lugar por la aspersión del agua bendita con sal (...) y fue hecho Iglesia de Jesucristo». Sus páginas también ilustran cómo Fernando III el Santo permite la salida de los musulmanes con sus riquezas a cambio de que no quemen la ciudad y destruyan sus edificios principales, lo que incluiría la mezquita y el puente.
La bula papal
Otro documento es la bula concedida por Gregorio IX. En 1237, desde Viterbo, el Papa responde afirmativamente a una petición de Fernando III el Santo, quien le había solicitado permiso para ejercer el derecho de presentación de cuatro prebendas en el interior de la mezquita. De este escrito se desprende que el monarca consideraba que el edificio pertenecía a la Iglesia y que, para realizar cualquier acto en su interior, necesitaba pedir permiso a la autoridad eclesiástica. Estas pruebas respaldan la tesis que defiende la iglesia: el mismo monarca que entró en Córdoba fue quien entregó la mezquita a la Iglesia. Un hecho al que habría que sumar otro: el 20 de junio de 1239, el templo pasó a ser nombrado catedral.
Refugio de criminales
De 1428, una fecha de desgobierno y peligros en Córdoba, de alborotos y asesinatos, llega la noticia de cómo varios criminales, pidiendo derecho de asilo, se refugian en el interior de la mezquita para evitar pagar las cuentas pendientes que mantienen con la justicia. El profesor F. Mazo Romero estudia estos hechos en la monografía «Tensiones sociales en el municipio cordobés en la primera mitad del siglo XV». Una publicación que recoge cómo los jurados pidieron al obispo Gonzalo Venegas que entregara a estos delincuentes. El responsable de la catedral accedería a facilitar esas personas a la justicia.
Una capilla para Garcilaso
Hay una escritura de naturaleza diferente, de 1612, que se refiere al contrato para la fundación de la capilla de las benditas Ánimas del Purgatorio del inca Garcilaso de la Vega en la catedral de Córdoba: «Vendemos por juro de heredad, agora e para siempre jamás, a Gar-çilaso Inga de la Vega, vezino de Córdoba (...), un arco y capilla quésta en la Iglesia Catredal (...) y asimismo le damos dos sepulturas terriças que a de hazer a la linde y junto a la capilla y en la dicha naue, todo lo qual es propio de la dicha obra e fábrica y le pertensçe por justos y derechos títulos; y lo vendemos y aseguramos por libre y quito de çenso e tributo, ipoteca, donación e enajenaçión, binculo e subrrogaçion, memoria espeçial ni jeneral ni otro cargo ni tributo alguno, que no lo tiene...». Este texto es un documento de compra/venta que demostraría quién administra los bienes y el espacio del edificio.
Carta de Felipe IV
En 1659 se planteó uno de los proyectos que se terminaron acometiendo dentro del edificio. Con anterioridad se habían diseñado tres planes que, de haberse realizado, habrían alterado la estructura original que hoy se conserva. El cabildo de la catedral los detuvo. La única intervención que se consintió fue la Capilla Real. El monarca, Felipe IV, trató personalmente este asunto con el obispo, Francisco de Alarcón. El rey le escribió una carta de la que se deduce que consideraba este edificio propiedad de la iglesia: «Reverendo en Christo padre y obispo de Cordova don Francisco de Alarcón, como dueño lexitimo de la fábrica de la dicha iglesia (que) me ha servido graciosamente con el sitio muy capaz en ella para mudar y trasladar a él la dicha mi capilla que ha muchos años que yo y los reyes mis predecesoras lo hemos deseado efectuar para su mayor capacidad».
LA TOMA DE CÓRDOBA
«La Primera Crónica de España», de Alfonso X el Sabio describe en sus páginas cómo Fernando III el Santo acuerda la rendición de la ciudad de Córdoba y cómo la cruz precede al pendón real durante la ocupación pacífica de la urbe. En rojo, el inicio del fragmento donde se relata este acontecimiento y que dice: «Este noble rey don Fernando, pues que ouo ganado la çipdat de Cordoua, penso en como la meiorase, et començo luego en la yglesia et refizola et adobola, et en pos eso heredola».
(Digitalizado por la Biblioteca Nacional)
UNA VIDA ENTRE DOCUMENTOS Y LIBROS
Manuel Nieto Cumplido conoce bien los secretos de la mezquita. Los explica a su paso con paciencia, señalando una columna, un ara, el trozo de un sarcófago. Con una sonrisa muestra los vestigios de la iglesia de San Vicente, la basílica visigoda que destruyeron los árabes para levantar encima la actual mezquita. Y se entretiene en explicar el origen de los diferentes motivos, adornos y soluciones arquitectónicas que constituyen el llamado arte musulmán. Ha estudiado con detenimiento la procedencia de cada uno de ellos y cómo el islam, en su expansión por el Mediterráneo y por Oriente, fue incluyendo, en sus edificios, los elementos que procedían de las culturas que encontraban a su paso: la griega, la romana y la bizantina, sobre todo. Un arte que él defiende como uno y diverso a la vez.
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