El sábado los batasunos hicieron una nueva manifestación a favor de los presos etarras, en la que se vino a pedir que se deje impunes a esos asesinos, a los que Amaiur y Aralar aludieron como “presos políticos”. La realidad es así de terca, pese al empeño de ciertos ilusos de no ver que el anuncio de ETA del 20 de octubre no era el fin de esa banda, sino un nuevo chantaje, como ya explicitaron los batasunos en octubre.
El fin de ETA implica que todos sus terroristas acaben en prisión
Precisamente no pocos de esos ilusos han venido a decir, estos últimos meses, que lo único que necesita ETA para recibir un caluroso abrazo del Estado de Derecho es renunciar a las armas y disolverse, o ni siquiera esto último. Algunos ya aceptan la idea de una ETA convertida en un partido político o tal vez un lobby ideológico cuyo fin siga siendo el mismo que en los últimos 50 años: convertir el País Vasco en una dictadura socialista aderezada con el fanatismo aranista. Por supuesto, no basta con que ETA entregue las armas, se disuelva y prometa no volver a matar nunca más. Ni siquiera bastaría con que los etarras añadiesen a eso la pública retractación de sus crímenes y una sentida petición de perdón a sus víctimas. Los etarras tienen que rendir cuentas ante la justicia y cumplir las condenas que les corresponden por cada uno de sus crímenes. El respeto por la memoria y la dignidad de las víctimas de ETA no puede exigir menos que eso. Renunciar a esa exigencia sería un ultraje a las víctimas y un agravio a todos aquellos que hemos defendido nuestras ideas por métodos legales y pacíficos.
La odiosa ideología de ETA debe ser expulsada de la enseñanza
Pero el encarcelamiento de los etarras no es tampoco el último paso para garantizar la defunción de ETA. El terror que ha desatado durante décadas necesita también una respuesta política y educativa. De poco valdría que se disolviese ETA si la educación vasca sigue en manos de fanáticos que justifican cualquier método para silenciar al disidente, incluso la violencia; si en los colegios vascos se sigue imponiendo a los niños el odio a España y a los españoles como una exigencia de esa fantochada de la “construcción nacional”; si a los escolares vascos se les sigue imponiendo un discurso según el cual ellos son una raza superior y los españoles son unos maketos, unos seres despreciables que no tienen otro destino que someterse o ser desterrados. De seguir así la cosa, de seguirse incubando el huevo de la serpiente etarra en los colegios, tendríamos otra nueva ETA al cabo de un lustro o de una década o dos. No se puede seguir tolerando que se utilicen las instituciones y los impuestos que pagamos todos para intentar destruir nuestro marco de convivencia, ya sea de forma inmediata o con vistas a un futuro próximo. Ya son demasiados años de afrentas a la democracia y a los españoles como para ahora hacer borrón y cuenta nueva.
La imprescindible reparación de los daños provocados por ETA
Ciertamente, y como dijo Rajoy el 20 de diciembre -veremos si al final acompaña sus palabras con hechos-, a los etarras no les debemos nada: antes bien, es ETA quien tiene una enorme deuda con el resto de los españoles. Una deuda que tiene que ser pagada en términos legales y penales, sí, pero también políticos. Decenas de miles de vascos y navarros se han tenido que exiliar de su tierra natal por culpa del sistemático apartheid impuesto por el nacionalismo en esas regiones, y ese daño ha de ser reparado: los exiliados han de poder volver a sus hogares y han de tener sobradas garantías por parte de nuestra democracia de que la historia no va a repetirse. Si el nacionalismo no asume esta condición imprescindible para la vuelta a la normalidad democrática, porque pretende seguir recogiendo nueces, entonces nuestra democracia tendrá que replantearse el status legal de ese nacionalismo fanático, excluyente y que desprecia las normas de convivencia más básicas, una ideología repulsiva que ha estado dando oxígeno a ETA durante décadas. Ya está bien de que ese nacionalismo se crea con derecho a burlar nuestro marco de convivencia en aras de sus caprichos políticos. La participación en democracia es incompatible con una deslealtad sistemática hacia nuestro marco democrático como la que ha mostrado hasta ahora el nacionalismo vasco. Si comparte los fines de ETA, entonces no puede compartir espacio con los demócratas.
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