Pérez Rubalcaba saludando a Cándido Méndez.
Gigantescos aparatos de poder que exprimen recursos públicos y privados
Se autoproclaman únicos interlocutores válidos de los trabajadores, aunque tengan la desfachatez de hacer caja hasta con los ERE
Ochocientos millones de euros dan para pancartas de todos los tamaños y también para unos cuantos cruceros y hoteles de lujo. Vistas las cifras del negocio sindical, a nadie puede extrañarle que ahora pidan el voto para el socialismo, aunque intenten disimularlo.
Saben sus líderes -y lo temen- que al cambio esperado y prometido hay que sumar la necesaria transformación de las organizaciones sindicales. No es de recibo que mientras España y Europa siguen en situación de emergencia, CC OO y UGT patrocinen huelgas políticas, dejando bien claro que habitan otra realidad distinta, que no es la de millones de españoles sufriendo la crisis, sino la de la intriga política y la irresponsabilidad, con el único objetivo de defender y prolongar sus excepcionales privilegios.
Son un residuo de otro tiempo y de otro lugar, porque más que con los verticales del franquismo a los sindicatos que padecemos habría que compararlos con los del socialismo de más allá del Muro, gigantescos aparatos de poder que exprimen recursos públicos y privados sin que nadie los controle. Se autoproclaman únicos interlocutores válidos de los trabajadores, aunque tengan la desfachatez de hacer caja hasta con los expedientes de regulación de empleo.
Es decir, que también cobran con cada puesto de trabajo destruido, algo que no saben la mayoría de los parados que están de brazos cruzados gracias a la intermediación sindical. Y es que cobran por todo y de todos.
La asignatura pendiente del Tribunal de Cuentas es fiscalizar los libros de los grandes sindicatos -CC OO y UGT-, porque hasta ahora nadie controla ni sus ingresos ni sus gastos, ni siquiera después de que la propia UGT protagonizara una de las estafas más multitudinarias de este país.
Los sindicatos reciben cuantiosos fondos millonarios de todas las Administraciones. El Gobierno en retirada de Zapatero acaba de aprobar otro lote de dinero, porque a la hora de pagar a los cómplices de su desastre económico no existen los recortes ni la crisis.
El poder desmesurado de estas vetustas y colosales organizaciones no se debe sólo a leyes insalubres para el desarrollo económico; también pesa muchísimo su poder de coacción, ya que llevan 30 años controlando la calle, gozando de inmunidad para la violencia de sus piquetes, y con miles de liberados que se han convertido en un ejército privado de profesionales de la agitación.
Estas huestes sindicales y callejeras, absolutamente ajenas a las urnas, serán la oposición más violenta a las urgentes reformas que se necesitan y fingirán amnesia cuando alguien les recuerde su colaboración con los más de cinco millones de parados que deja en herencia el zapaterismo. Todo esto también tiene que cambiar.
Es impensable sortear la crítica situación que vivimos sin acabar con este sistema que ha creado toda una casta de privilegiados, improductivos para la sociedad y lujosamente amamantados con el dinero de todos los españoles. Y puestos a reformar la interlocución social, tampoco estaría de más aplicar los mismos criterios de sentido común y austeridad a las organizaciones empresariales como la CEOE, que sin llegar a las millonadas sindicales también sacan una importante tajada del bolsillo de todos nosotros.
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