domingo, 16 de octubre de 2011

A José Blanco le faltan piernas para saltar el listón que puso a otros

La cara del ministro de Fomento pillado en la gasolinera, es todo un poema

Apela a su fe, el mismo que decía sobre Camps que no todo se arregla con la confesión y la penitencia.

Desde que estalló el escándalo Campeón, a José Blanco se le nota en su rostro lo mal que digiere esa penitencia de sus excesos verbales desde que llegó a Ferraz.
El otro día se lo recordó Soraya Sáenz de Santamaría:
"Siguiendo el listón que él ha puesto reclamando determinadas actuaciones cuando surgían casos similares, probablemente el ministro no debería estar en su puesto, pero al menos lo que debe a la inmensa mayoría de los españoles es una explicación".
Ni lo uno ni lo otro. Porque la reunión de Blanco con el empresario gallego en una gasolinera y otro tipo de gestiones que, sin duda, aflorarán cuando se levante el secreto del Sumario, conculcan entre otras irregularidades el Código del Buen Gobierno para ministros y altos cargos que Zapatero aprobó a bombo y platillo en marzo de 2005.
La cara de Blanco es todo un poema. Su rictus delata vergüenza y pesadumbre. El viernes pasado, 14 de octubre de 2011, tras el Consejo de Ministros, dio la imagenn de un juguete roto.
Todavía me retumba en los oídos la frase:
"Soy creyente, el examen de conciencia me lo hago todos los días, y no tengo nada de que arrepentirme".
Patético. El fiel reflejo de un político que se acerca al estado de un boxeador sonado. Es decir, que está medio grogui. Y no debería ser así porque Blanco, como el resto de los hacedores de la res pública, debería contar con la presunción de inocencia.
Pero sucede que la medicina que se aplica a los políticos la patentó el propio Blanco. Basta recordar lo que le dijo a Rajoy en octubre de 2009 sobre la Gürtel:
"Estamos en tierra de pecadores que creen que todo se arregla con la confesión y la penitencia, pero hay cosas que no".


No hay comentarios: