Con pinta de profesor universitario, el terrorista Mikel Antza firmó en 1997 con el PNV el pacto de Estella. Un pacto que llevaba implícita una tregua-trampa de catorce meses y que culminaría aupando al poder al partido de Juan José Ibarretxe.
Tras ocupar el palacio de Ajuria Enea, el Ejecutivo de Vitoria quedó hipotecado con ETA. El pacto de Estella, negado cínicamente por la formación heredera de Sabino Arana, desembocó en la desobediencia desde el nacionalismo gobernante al Tribunal Supremo y el enfrentamiento a las instituciones legítimas del Estado.
Mientras el nacionalismo cerraba filas a escondidas y sellaba su alianza secreta, el jefe de la "oficina política" terrorista, promocionado por Javier Arzalluz, consiguió reunirse en 1999 con una delegación enviada por el Gobierno de José María Aznar.
En la localidad suiza de Zurich junto con Belén Gonazález Peñalba, hoy también en prisión, Antza departió durante cinco horas con los enviados designados por Aznar: Ricardo Martí Fluxá, entonces secretario de Estado de Seguridad; Javier Zarzalejos, secretario general de Presidencia, y el sociólogo Pedro Arriola.
Aquella reunión, en presencia del obispo de Zamora, Juan María Uriarte, fue prácticamente un monólogo de Antza sobre la "secular opresión del pueblo vasco y la negación de sus derechos". Nada obtuvo el jefe terrorista y suspendió una cita posterior.
Las actas de ETA revelan con toda su crudeza las distintas negociaciones a lo largo de la historia con los distintos gobiernos democráticos. Tras la única sesión mantenida con enviados del Ejecutivo de Aznar, los terroristas rompieron porque el Gobierno se negaba a negociar. Nada. Ni un ápice de margen de negociación política. Por eso no volvió a haber encuentros.
De quien la banda sí obtuvo el rédito esperado fue de Josep Lluis Carod Rovira, a la sazón jefe de la Generalitat de Cataluña en funciones cuando se reunió con él en Perpignan.
Antza, Ternera y Carod Rovira pactaron que los terroristas mirarían el mapa antes de poner sus bombas y que Cataluña sería zona libre de atentados. Algo que en efecto ocurrió, cuando apenas un mes después de su entrevista la banda asesina se dirigió a Madrid con 500 kilos de explosivos el mismo día que los terroristas islámicos.
Hasta Perpiñan, ETA movía el árbol y los nacionalistas vascos recogían las nueces. Lo que no tiene precedentes en los 60 años de la sangrienta historia de ETA es que sea el Gobierno de España el que estuviera ahíto de recoger los frutos incluso con cadáveres frescos en la T-4. El árbol y las nueces de ZP constituyen la mayor felonía de la democracia.
P.D: Lo más terrible de todo es que no tuvo coste político, que quedó amortizado en las urnas de 2008 porque muchos españoles están dispuestos a todo con tal de que sea la izquierda la que se mantenga en el poder. Al precio que sea.
blog de Isabel Durán
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