lunes, 24 de mayo de 2010

La farsa del charnego Montilla.El socialista cordobés reciclado de nacionalista catalán

Montilla con Zapatero.

Acude al Senado para pedir que el Tribunal Constitucional se declare incompetente en el tema del Estatut.

Fermín Bocos

 La semana pasada, el embajador en España de un gran país hispanoamericano me comentaba que en la reciente visita a Barcelona había acudido al Palau de San Jordi para cumplimentar al presidente de la "Generalitat" y durante la entrevista, en el encuentro con José Montilla, tuvo alguna dificultad para entenderse con él porque su anfitrión le hablaba en catalán.


Días después, comentando la visita, el embajador, se sorprendió al saber que José Montilla, era cordobés y que, por lo tanto, su lengua materna era el español. La misma que la del embajador. Los dos hablan una lengua que les habría permitido entenderse, pero el político cordobés reciclado de nacionalista catalán prefirió pecar de mal educado a ojos del embajador antes que ser tildado de "españolista" por sus socios de Gobierno.


A mi modo de ver, esta anécdota resume bien el laberinto en el que anda perdido el líder de los socialistas catalanes. El mismo José Montilla que acude al Senado para pedir que el Tribunal Constitucional se declare incompetente en relación con los recursos presentados contra el "Estatut".


Obvio resulta recordar que Montilla sabe que más allá del escandaloso retraso que arrastra en la tramitación de los recursos, el tribunal está legitimado por la Constitución para ejercer sus funciones; lo sabe, pero políticamente hace como que lo ignora para trazar un discurso de agravios con el que pretende desviar la atención acerca de la calamitosa gestión de gobierno desarrollada por el "tripartito".


Para completar la farsa, el ciudadano José Montilla nacido en la provincia de Córdoba, habla en catalán, lengua en la que no es perito, pero en la que se expresa para dar fe ante sus socios de su fervor de converso al nacionalismo.


Es una pena que no haya tenido tiempo para reflexionar acerca de la escasa distancia que separa lo sublime de lo ridículo y, por qué no decirlo, de lo cerca que en ocasiones está la política de tornarse farsa.

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