Hasta última hora, Baltasar Garzón intentó que el Consejo del Poder Judicial abortara su decisión de suspenderle. Todas las artimañas que durante años él reprochó a los abogados que se enfrentaban con su omnímodo poder, las utilizó para intentar lidiar y noquear al Consejo. Pero no; ya está suspendido. Ya se presenta, hace falta jeta, como el último represaliado (hubiera querido ser exiliado) del franquismo. Quien le ha represaliado es la mayúscula Justicia de la que él, el gran vengador, siempre se creyó inmune. Franco le importó una higa; fue una excusa para convertirse en jefe de la izquierda radical de este país, huérfana ya del político más horrendo que hayan visto todos los siglos españoles. Garzón, ya lo verán, seguirá moviendo la cola. Ojo, con él: tiene peligro.
¿O no lo tiene? Durante mucho tiempo su mayor pirueta ha sido sugerir, directamente o por persona/s interpuesta/s, que él acumulaba tan grande información sobre el universo mundo, que, si un individuo perteneciente a este universo o a otro cercano le intentaba hacer la puñeta, se acordaría de él. En España es antigua esta especie de jerifaltes que presumen de tener cogido por la entrepierna al resto de los mortales. Hubo un periodista, maestro pese a sus muchas faltas, Emilio Romero, que solía musitar ya en las altas horas de la noche: “El día en que yo abra el cajón…”. No le dio tiempo a abrirlo, pero Romero, ejemplo de directores aviesos y triunfadores, jugó magistralmente con esa advertencia. Otros siempre lo han intentado por que este país nuestro es perito en amagar y no dar. Bueno, y a veces en dar también.
Nunca he estado tan próximo a Garzón para saber si él ha cocinado semejante y perverso aderezo. No me extrañaría nada, porque tantos años en la Audiencia Nacional haciendo lo que le vino en gana dan para mucho. Al final, y esperemos que así sea, le ha condenado su propia soberbia. Quiso desenterrar a Franco, a Pinochet y a cualquier tirano que se le pusiera por medio. Quiso también abrazarse con el poder económico y político; manejó a los abogados como si fueran juguetes desechables. Todos le han esperado. Los filibusteros terminan por caer.
Carlos Dávila
Avicena o Ibn Siná (como fue llamado en persa y en árabe) nació en el año 980 en Afshana (provincia de Jorasán, actualmente en Uzbekistán). Cuando tan sólo contaba con 17 años ya gozaba de fama como médico por salvar la vida del emir Nuh ibn Mansur. Puede ser considerado el inventor de la traqueotomía, cuyo manual operatorio sería precisado por el célebre cirujano árabe Abū el-Kasis de Córdoba. Libros: El canon de medicina, El libro de la curación, Poema de la medicina
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