Firma el artículo Antonio Martín Beaumont, en Elsemanaldigital.com
Mala tarjeta de presentación para Sus Señorías. Todo hay que decirlo, los diputados están ocupadísimos con sus actividades extraparlamentarias y aparentemente sólo se alteran con los sobresaltos provocados en sus consejos de administración, negocios familiares o consultorías, patronatos de fundaciones, cursos, conferencias y tertulias… Unos privilegios que, en etapas tan convulsas como ésta, resultan difíciles de justificar.
¿Se puede permitir un país que bracea en medio de la depresión económica esa apatía en el servicio público de sus representantes políticos? Por lo visto, sí. En la Carrera de San Jerónimo, la vida transcurre con calmosa placidez. Quizá demasiada. De ello se encargó el presidente del Congreso, José Bono, con almuerzo días atrás de por medio, con los grandes grupos de comunicación. El éxito de su patrocinio parece fuera de duda.
Los asistentes a la comida, capos de nuestra prensa, parecen haberse comprometido con la solvencia de los representantes de la soberanía nacional, arrimando el hombro y evitando cualquier atisbo de crítica. Visiblemente satisfecho por el resultado de aquel convite, Bono se ha permitido forzar la máquina y mantener incluso que los diputados son el colectivo más identificable con el españolito medio de a pie. En efecto, se le notaba al dirigente castellano manchego contento de sí mismo y se adornó en demasía.
El que puede, puede… Además, José Bono jamás ha pretendido ser enseña de nada y menos de una democracia plena, sino parte esencial de la gran farsa que sostiene en pie el edificio en el que tan ricamente viven una mayoría de diputados que se permite dejar a menudo de lado sus obligaciones y concentrarse en sus tareas al otro lado de las paredes del Congreso, como conferenciantes, tertulianos, accionistas, patronos o profesores.
El gran paso en la transparencia de las actividades privadas de los parlamentarios sería el de la presentación obligatoria y pública de sus declaraciones anuales de bienes. De hecho, es un compromiso expresado en octubre del año pasado por todos los grupos en el pleno del Congreso. Pero de las palabras a los hechos, hay un trecho. Y nadie, salvo honrosas excepciones en todos los partidos, tiene prisas por abrir un melón que, sin embargo, es imprescindible abrirlo ya, aunque sólo sea por decoro .
Avicena o Ibn Siná (como fue llamado en persa y en árabe) nació en el año 980 en Afshana (provincia de Jorasán, actualmente en Uzbekistán). Cuando tan sólo contaba con 17 años ya gozaba de fama como médico por salvar la vida del emir Nuh ibn Mansur. Puede ser considerado el inventor de la traqueotomía, cuyo manual operatorio sería precisado por el célebre cirujano árabe Abū el-Kasis de Córdoba. Libros: El canon de medicina, El libro de la curación, Poema de la medicina
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