Premio Nobel de la coba
Obama ha sido galardonado por una simple declaración de intenciones
Obama ha sido galardonado por una simple declaración de intenciones
No iba mal encaminado nuestro ZP cuando soñaba con el Nobel de la Paz por encamarse con la ETA.
Si llega a cuajar el afrentoso romance, chivatazos policiales incluidos, se lo hubiesen dado del tirón, acaso compartido con Josu Ternera y con mención especial para el intermediario Pérez Esquivel, que ya está en la ilustre nómina.
Como subraya Ignacio Camacho en ABC, hay precedentes peores: Menachem Begin, que tuvo un sangriento pasado de terrorismo, y Arafat, que siempre fue un terrorista en presente.
A Churchill, como era un poco difícil premiarlo por su contribución a la paz después de su significada posición en la peor guerra de la Historia, le dieron... ¡el de Literatura!, aunque acaso lo mereciese más que algunos de sus anteriores y posteriores beneficiarios.
Pero este año la ilustre Academia nórdica ha rizado el rizo con Obama, galardonado por una simple declaración de intenciones. De intenciones serviles de los académicos, que han ganado con todo mérito el Nobel del Peloteo.
El presidente no tiene la culpa, pero lo están convirtiendo en una figura estomagante por la coba que recibe y el papanatismo que genera.
Su corte de aduladores es tan grasienta que va a empezar a resultar de buen tono marcarle distancias, sobre todo cuando después de nueve meses en el cargo no ha salido aún de las buenas palabras.
Su discurso sigue siendo impecable, brillante, emotivo y esperanzador, pero como no pase pronto a realidades tangibles corre el riesgo de convertirse en una bella carcasa de excelencia retórica, un colorido jarrón de flores sin aroma.
Obama está entrando ya en esa fase en que su propia repetición puede desembocar en autoparodia. O su talante cobra pronto éxitos claros o perderá la frescura antes de haber podido sacarle rendimiento.
Ayuda al escepticismo la pléyade de untuosos pelotas que le enjabonan la sombra y lo cubren de halagos y romanzas como machadianos tenores huecos anhelantes de una transferencia de carisma, cuando lo que en realidad ocurre es que son ellos los que lo tiñen de su pastosa vulgaridad.
Politicastros de toda laya y condición mueven cielo y tierra por hacerse una foto junto a su reluciente dentadura.
Parece que hay una competición mundial por postrársele de hinojos en la que todos los días se bate un récord de impudicia lisonjera.
Los agradaores de aluvión le tocan palmas con entusiasmo zalamero; sólo los displicentes caciques del Comité Olímpico se atrevieron en su arrogancia a bajarlo de la nube, recordarle que es mortal y mandarlo a paseo.
En desagravio la Academia del Nobel le va a cubrir las sienes con el laurel de un pacifismo visionario al que le falta el pequeño detalle de pasar de las musas al teatro. No sería la primera vez que un propósito de paz acaba en un bombardeo.
Pero me conozco yo a uno al que le va a faltar tiempo para mandar al tinte el frac con el que presentarse en Oslo a aplaudir hasta que se le rompan las manos...
Si llega a cuajar el afrentoso romance, chivatazos policiales incluidos, se lo hubiesen dado del tirón, acaso compartido con Josu Ternera y con mención especial para el intermediario Pérez Esquivel, que ya está en la ilustre nómina.
Como subraya Ignacio Camacho en ABC, hay precedentes peores: Menachem Begin, que tuvo un sangriento pasado de terrorismo, y Arafat, que siempre fue un terrorista en presente.
A Churchill, como era un poco difícil premiarlo por su contribución a la paz después de su significada posición en la peor guerra de la Historia, le dieron... ¡el de Literatura!, aunque acaso lo mereciese más que algunos de sus anteriores y posteriores beneficiarios.
Pero este año la ilustre Academia nórdica ha rizado el rizo con Obama, galardonado por una simple declaración de intenciones. De intenciones serviles de los académicos, que han ganado con todo mérito el Nobel del Peloteo.
El presidente no tiene la culpa, pero lo están convirtiendo en una figura estomagante por la coba que recibe y el papanatismo que genera.
Su corte de aduladores es tan grasienta que va a empezar a resultar de buen tono marcarle distancias, sobre todo cuando después de nueve meses en el cargo no ha salido aún de las buenas palabras.
Su discurso sigue siendo impecable, brillante, emotivo y esperanzador, pero como no pase pronto a realidades tangibles corre el riesgo de convertirse en una bella carcasa de excelencia retórica, un colorido jarrón de flores sin aroma.
Obama está entrando ya en esa fase en que su propia repetición puede desembocar en autoparodia. O su talante cobra pronto éxitos claros o perderá la frescura antes de haber podido sacarle rendimiento.
Ayuda al escepticismo la pléyade de untuosos pelotas que le enjabonan la sombra y lo cubren de halagos y romanzas como machadianos tenores huecos anhelantes de una transferencia de carisma, cuando lo que en realidad ocurre es que son ellos los que lo tiñen de su pastosa vulgaridad.
Politicastros de toda laya y condición mueven cielo y tierra por hacerse una foto junto a su reluciente dentadura.
Parece que hay una competición mundial por postrársele de hinojos en la que todos los días se bate un récord de impudicia lisonjera.
Los agradaores de aluvión le tocan palmas con entusiasmo zalamero; sólo los displicentes caciques del Comité Olímpico se atrevieron en su arrogancia a bajarlo de la nube, recordarle que es mortal y mandarlo a paseo.
En desagravio la Academia del Nobel le va a cubrir las sienes con el laurel de un pacifismo visionario al que le falta el pequeño detalle de pasar de las musas al teatro. No sería la primera vez que un propósito de paz acaba en un bombardeo.
Pero me conozco yo a uno al que le va a faltar tiempo para mandar al tinte el frac con el que presentarse en Oslo a aplaudir hasta que se le rompan las manos...
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