Nadie sabe dónde estaban sus decenas de asesores
De los errores de Zapatero
El presidente se ha ganado un descarnado pitorreo en Internet
De los errores de Zapatero
El presidente se ha ganado un descarnado pitorreo en Internet
Qué error, qué inmenso error. El político español más pendiente de su impacto mediático, el gobernante pop de Claudio Magris, el mago de las apariencias ha resbalado en un sencillo asunto de puesta en escena.
Meses de agobio interior esperando su momento estelar, el discurso en la ONU, la reunión con Obama, y lo que queda de todo eso en la opinión pública es un fragoroso debate nacional en torno a una fotografía, un vapuleo cruel, un descarnado pitorreo sobre las dos cosas que más protege y cuida: su imagen y su familia.
¿Dónde estaban sus decenas de asesores, dónde los barrosos y demás especialistas de la política de diseño?
¿Nadie vio la humareda de colores que iba a cubrir de cotilleo el pretendido protagonismo planetario?
¿Cómo ha podido el príncipe de Camelot, el flautista de Hamelin, caer en el enredo de una torpe cadena de errores?
Ignacio Camacho desgrana en su columna de ABC la lista de pifias:
Primer error:
Llevarse a la familia empotrada de turismo en un viaje oficial con cargo al presupuesto. Después de años de preservar la privacidad de sus hijas, Zapatero las ha expuesto en un ámbito internacional ante cientos de personalidades y miles de fotógrafos. ¿No tenía mejor momento para llevarlas a Nueva York? ¿O es que en el fondo le ha podido la pulsión mimética respecto a Obama?
Segundo error:
Tratar de establecer una burbuja de intimidad en un viaje público en vez de asumir con naturalidad el séquito familiar, sea gótico o de cualquier otro estilo juvenil en boga.
Tercer error:
Ceder a la tentación de llevar a las muchachas a la asamblea de la ONU. Comprensible y hasta tierno en un padre que desea que sus hijas asistan a lo que considera un momento cumbre de su carrera, pero incompatible con el deseo de mantener a las chicas en la intimidad.
Cuarto error:
Censurar la primera foto de la agencia EFE, cuando ya había sido distribuida a los periódicos. Provocó un morbo artificial en torno a la prohibición y rodeó el asunto de una expectación añadida.
Quinto error:
La vanidad de posar con el matrimonio Obama ignorando que nada de lo que hace la Casa Blanca permanece en privado y que en el mundo de las redes globales no es posible sujetar la circulación de una imagen.
Sexto error:
Protestar por la difusión de la foto. Tiene derecho al pixelado del rostro de las menores, pero el esfuerzo baldío de Moncloa por detener la publicación ha delatado una evidente prevención temerosa e incrementado la curiosidad popular.
Séptimo error:
Last but not least: El dudoso atrezzo estético de la fotografía, a medias entre el lúgubre tenebrismo de la familia Adams y el patetismo tétrico de la de Bernarda Alba.
Es el aspecto más frívolo de la cuestión, pero también, o precisamente por eso, lo que ha provocado el desmesurado debate.
Un descuido escenográfico imperdonable en un hombre tan pendiente de las apariencias, que ha acabado zarandeado sin piedad en lo que esperaba como un momento de gloria.
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