El desastre de la administración Biden es la constatación de la decadencia de Estados Unidos
Los talibanes deben estar muy preocupados tras escuchar a von der Leyen advertirles de que no se destinará «ni un euro de ayuda humanitaria» si violan los derechos humanos. Es sorprendente que los líderes de las naciones occidentales y los organismos internacionales sigan siendo tan chulos tras el estrepitoso fracaso en Afganistán. Cada día me asombro más de la incapacidad política y la mediocridad exasperante de unos mandatarios que no han estado y no están a la altura de las circunstancias. En España estamos muy contentos, porque seremos útiles como base de primera acogida de los sufridos ciudadanos afganos que tienen que huir del horror de su país. Nada como una buena foto en el campamento de Torrejón con la presidenta de la Comisión, Úrsula von der Leyen, y el presidente de Consejo Europeo, Charles Michel. Parece que también andaba por ahí el arrogante alto representante de Política Exterior de la UE, Josep Borrell. Los nombres de los cargos no pueden ser más pomposos y no sirven para esconder su inutilidad.
La Unión Europea no pinta nada en la política internacional y el mejor ejemplo es contemplar a la pintoresca pareja von der Leyen y Michel cuya actividad y competencias son entre ridículas y escasas. Los que mandan son los Estados y la UE sigue siendo una confusa amalgama de países con intereses variopintos. A estas alturas no sabemos qué harán con el nuevo emirato islámico que vulnera los derechos humanos y las libertades políticas. Hay muchas opciones como el diálogo, el reconocimiento y la presión, pero la inacción es siempre la predilecta. A la Europa de los mercaderes le viene bien acabar con su participación en la guerra de Afganistán, porque no está dispuesta a asumir costes económicos y humanos. La realidad es que la Operación Libertad Duradera ha sido Fracaso Duradero y ahora todos están compungidos por la victoria de los talibanes en esta nueva guerra civil, que es lo que realmente ha sido.
El otro aspecto ha sido la venganza por los atentados del 11-S. Ahora tenemos la constatación de que el fin último no era instalar y proteger una democracia, sino dar una respuesta a Bin Laden y el terrorismo yihadista. La reaparición este viernes de Biden con una nueva comparecencia ante los medios de comunicación fue, simplemente, bochornosa. Mientras le escuchaba imaginaba a Roosevelt diciendo que se abandonaba Europa al nazismo y Asia al militarismo japonés, porque costaba «150 millones de dólares diarios» y no valía la pena que se perdieran vidas estadounidenses. Es la mayor expresión del aislacionismo estadounidense de las últimas décadas y la más espectacular muestra de indignidad de un inquilino de la Casa Blanca. Nunca me he fiado de los políticos que esgrimen una sonrisa que parece más propia de un vendedor de coches usados o de una marca de dentífricos. Me recuerda a esos secundarios de las películas estadounidenses que actúan como timadores.
Con esa fatua sonrisa que le caracteriza intentó esconder la imprevisión de la retirada asegurando que «es uno de los mayores y más difíciles puentes aéreos de la historia y el único país del mundo capaz de proyectar tanto poder al otro lado del mundo con este nivel de precisión es Estados Unidos». No es un digno sucesor de Lincoln, Wilson o Roosevelt que fueron capaces de actuar como estadistas en tiempos muy difíciles para su país o el mundo, en el caso de los dos últimos. El primero podría haber optado por asumir la división y reconocer a los confederados, muchos pensaban que la Guerra de Secesión no valía la muerte de centenares de miles de conciudadanos. Los otros tuvieron que decidir que su país entrara en una guerra mundial e ignorar las voces que reclamaban el aislacionismo. Es la diferencia entre los estadistas y los arribistas que buscan medrar, vivir de la política y ocupar cargos con relumbrón. A Biden le preocupaba gastar cada día 150 millones de dólares, algo que no les sucedió a sus antecesores que entendieron que no se puede poner precio a la lucha por la democracia.
El desastre de su administración es la constatación de la decadencia de Estados Unidos, que seguirá siendo un país importante, pero se ha convertido en un aliado muy poco fiable. Los ganadores son China, Rusia y el resto de regímenes autoritarios que comprueban que el declive yanqui es la oportunidad que esperaban para extender su poder en el mundo. Sin las limitaciones de Estados Unidos, preocupado por el coste humano y económico, o la intrascendente Unión Europea, China avanza con paso firme en el dominio mundial. Los primeros que se tienen que preocupar son los países que están en su radio de acción. Lo mismo se puede decir con la Rusia de Putin, como se pudo comprobar con la cortés indiferencia con que acogió la visita de despedida de Merkel. La caída de Afganistán abre una nueva e inquietante etapa mundial. Hay un antes y un después.
Lo único que les interesa a los aliados es sacar a los suyos y los colaboradores, algo que puede complicarse porque los talibanes son imprevisibles. La huida de Biden es su mayor victoria y el caos del aeropuerto una imagen que podrán celebrar porque coincide con la fecha histórica de su independencia de Gran Bretaña. Por más que el presidente de Estados Unidos diga que «dejamos claro a los talibanes que cualquier ataque a nuestras fuerzas será respondido inmediatamente» resulta a estas alturas muy poco creíble. Es un incompetente al que nadie se puede tomar ya en serio.
Francisco Marhuenda
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