miércoles, 30 de enero de 2019

CUTRE, MUY CUTRE


En España el «ofensómetro» se calibra de manera distinta según la faltada provenga de derecha o izquierda. Ayer, la portavoz adjunta del PSOE en el Congreso, la ibicenca Sofía Hernanz, participaba en un debate en la Cámara sobre la adicción de Sánchez al Falcon, el helicóptero y a conocer el mundo a costa de nuestros impuestos.
Ante las críticas del PP, la diputada socialista defendió a su jefe alegando que Sánchez viaja lo mismo que Rajoy, pero «sin el avituallamiento extra de vino y whisky». El comentario resulta de una vileza notable, pues sin prueba ni necesidad alguna siembra la especie de que el anterior del Gobierno tenía problemas con el morapio.
Imaginemos que un destacado diputado del PP hubiese acusado a Carmen Calvo, o a su predecesora De la Vega, de atizarle al whisky en los vuelos oficiales. Twitter ardería de ira justiciera y feminista. Los tertulianos se estremecerían de estupor.
Lo que se debatía ayer en el Congreso era otra cosa: un presidente que utilizó el avión oficial para pegarse una fiestuqui con su mujer en un concierto de rock, y que programa viajes estériles al exterior para darse pote mientras desatiende la agenda interna.
Un escapista que para evitar una comparecencia en el Senado sobre sus tratos secretos con Torra se largó a Davos dos días (a informar al capital global de que gracias a él España creará este año 120.000 empleos menos). Un personaje que vuela en helicóptero oficial a la boda de su cuñado y se niega a informar del coste.
Pero para el coro de un Gobierno que no existe -véase el taxi- el problema radica en si Rajoy se tomaba un vino en el avión, algo que no sé si hacía, pero que nada tendría de extraordinario. Y que le pregunten a Churchill, un estadista a la altura incluso del mismísimo Sánchez
Luis Ventoso ( ABC )
viñeta de Linda Galmor

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