La existencia de supremacistas en Cataluña no es una novedad, ni tampoco son exclusivas de quienes habitan las tierras del nordeste peninsular, otrora pobladas por tribus íberas, como los ilergetes, o los layetanos. Tribus emparentadas con otras que se asentaban en la zona norte y sur de la cabecera del actual Guadalquivir, como eran los oretanos y bastetanos. En la actualidad el número de supremacistas catalanes ha crecido de forma notable y denominan, despectivamente, como charnegos a sus parientes de otro tiempo. Esos aires de superioridad -hay quien sostiene que es una forma de enmascarar un notable complejo de inferioridad- que manifiestan están asentados, como todo planteamiento supremacista, sobre unas bases falsas.
Para otros supremacistas está relacionado con un determinado Rh que otorga a su sangre unas cualidades que la hacen más valiosa que las del resto de los mortales, a los que, también despectivamente, llaman charnegos. Para otros esa diferencia es genética -pese al sustrato íbero que hay en el genotipo de muchas de las gentes que habitan las tierras peninsulares- y confiere un determinado fenotipo a su imagen. Curiosamente, a alguno de los defensores de ser portadores de una genética superior la naturaleza no le ha otorgado el mejor de los perfiles para los cánones de belleza imperantes. Hay, en fin, quienes sostienen que sus planteamientos ideológicos, sustentados sobre tan deleznables fundamentos, son los de la bondad mientras los de aquellos que no comulgan con dichos planteamientos encarnan la maldad.
Me he referido en otras ocasiones -no me resisto a hacerlo de nuevo- a quienes tratan de sustentar ese supremacismo en el pasado histórico. Es lo que hacen los indocumentados del llamado Instituto de la Nueva Historia subvencionado, como tantas otras organizaciones dedicadas a la difusión del ideario supremacista catalán, por la Generalidad. Tales indocumentados niegan que los conquistadores españoles en las Indias pudieran ser extremeños -evidentemente eran catalanes- porque se trataba de gentes pequeñas y bajitas. Sólido argumento que se sostiene tanto como la catalanidad de Leonardo da Vinci, que era natural de Vic. Tanto como la localización de Tartessos en Cataluña -ya existía con anterioridad a la llegada de los romanos a la península Ibérica- porque, como su propio nombre indica, era el territorio cuyo centro ocupa Tortosa. Tanto como que fue del puerto de Pals (Gerona) de donde salieron los barcos, tripulados por catalanes, que emprendieron en 1492 la travesía del Atlántico y descubrieron un nuevo continente. Añadan a esa sarta de memeces y mentiras que eran catalanes quienes en 1453 defendieron Constantinopla del ataque de los otomanos o que el Siglo de Oro tiene sus fundamentos en Cataluña. Imagínense a Quevedo (castellano), Góngora (andaluz), Gracián (aragonés), Cervantes (castellano) Lope (castellano), Tirso (castellano), Calderón (castellano), Velázquez (andaluz), Murillo (andaluz), Zurbarán (extremeño), Martínez Montañés (andaluz), Gregorio Fernández (castellano), Pedro de Mena (andaluz), Juan de Mesa (andaluz) o Alonso Cano (andaluz) comiendo butifarra en la masía tras dejar la pluma, los pinceles o la gubia. Imagínenselos cogidos de las manos bailando sardanas -invento de un andaluz en el siglo XIX- a la caída de la tarde. Imagínenselos participando en la formación de castillos humanos el domingo después de salir de misa en la plaza mayor de Olot, Tarrasa o Manresa. La estulticia de algunos puede alcanzar cotas inimaginables. Si ello se une a planteamientos supremacistas, adobados de mentiras y falsedades, resulta execrable. Los integrantes del Instituto de la Nueva Historia lo hacen con los impuestos de todos.
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