Moratinos frente a la casa que posee en Le Change, en la Dordogne francesa.
El ministro disfrutó de «tranquilos» paseos por los valles del sur galo mientras era «informado» de los incidentes de Melilla.
El diario francés SudOuest revela a lo que se dedicó el responsable de Exteriores en plena crisis
El Gobierno Zapatero se jactó en los primeros días del verano de que la situación del país recomendaba un estío atípico, con pocas vacaciones y mucho trabajo.
El presidente y los ministros estarían al pie del cañón y la agenda de trabajo continuaría con cierta normalidad para aprovechar unos meses clave y avanzar en los frentes que mantiene abiertos el país.
Pues era mentira. Como revela el diario La Razón, tras bucear en las páginas del rotativo francés SudOuest -"Moratinos en casa"-, algunos como Miguel Ángel Moratinos estaban desde el 31 de julio dedicados a dar «tranquilos» paseos por los valles de sur de Francia con su mujer, su suegra y algunos amigos.
El responsable de Exteriores, que aprovechó para leer «Viaje al final de la noche» de Louis-Ferdinand Céline, disfrutó de unas idílicas vacaciones en pleno conflicto con Marruecos.
Como él mismo -en pantalón corto- explicó al reportero francés de SudOuest, celebró allí el cumpleaños de su mujer rodeado de familiares y amigos a bordo de un crucero por el río Dordogne.
La elección del lugar no es casual, ya que es allí donde vive su «preciosa suegra», tal y como la define el diario francés, Micheline Maunac, quien asegura hacer de «telefonista» para el ministro.
Como operadora, la buena mujer debe no tener precio, pero todo el asunto es un desastre para España, porque al vacío diplomático existente por la ausencia del embajador en Rabat y de los cónsules en el país vecino, se ha venido a sumar la extraña y sorprendente desaparición del ministro de Asuntos Exteriores.
El mutis político ha sido de tal calibre que Moratinos hasta fue sustituido en las labores propias de su departamento por el titular de Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba.
El silencio del Gobierno socialista sobre el destino de Moratinos en los primeros días de las fricciones en la frontera de Melilla resultó sintomático en cuanto al grado de desatención en un asunto complejo.
Mientras las provocaciones se sucedían en los pasos melillenses, se insultaba y difamaba a las mujeres policía y los activistas del reino alauita bloqueaban los suministros a la ciudad autónoma, el ministro del ramo paseaba por Francia, realizaba un crucero por el río galo Dordoña y recordaba cómo vio la final del Mundial de Suráfrica junto a un personaje tan poco recomendable como el dictador Raúl Castro.
Las circunstancias retratan la disposición de un ministro con responsabilidades tan relevantes. En cualquier democracia de nuestro entorno cuesta pensar que el jefe de la diplomacia seguiría en su puesto después de un dislate que demuestra una falta de responsabilidad y de rigor que le incapacitan.
No parece que el Gobierno socialista pretenda el relevo, sino casi todo lo contrario.
Lejos de cualquier autocrítica o de al menos un cierto reconocimiento de errores, Moratinos ha regresado de Francia con un tono desafiante, prepotente y provocador.
Hablar, por ejemplo, de que no existió crisis diplomática alguna, porque un verdadero conflicto es el hundimiento de un barco en Corea, es abusar de la inteligencia de la opinión pública.
El ministro no desconoce las cinco notas de protesta de Rabat, las gestiones del Rey con Mohamed VI, las negociaciones directas del director de la Policía en el país vecino o el viaje de Pérez Rubalcaba. Ni tampoco el próximo encuentro entre ambos monarca o la entrevista con su homólogo marroquí en septiembre.
Para ser sólo un incidente, la actividad parece frenética, a la altura, sin duda, del desencuentro diplomático.
Hace tiempo que Moratinos, responsable de una política exterior desprestigiada, que ha contribuido a la grave pérdida de imagen que sufre España, debía haber sido destituido.
Costará demasiado tiempo y esfuerzo recuperarse de la gestión desastrosa de este ministro
Avicena o Ibn Siná (como fue llamado en persa y en árabe) nació en el año 980 en Afshana (provincia de Jorasán, actualmente en Uzbekistán). Cuando tan sólo contaba con 17 años ya gozaba de fama como médico por salvar la vida del emir Nuh ibn Mansur. Puede ser considerado el inventor de la traqueotomía, cuyo manual operatorio sería precisado por el célebre cirujano árabe Abū el-Kasis de Córdoba. Libros: El canon de medicina, El libro de la curación, Poema de la medicina
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