lunes, 25 de febrero de 2019

SU PROPIO VERDUGO


Quien aconsejó a Pedro Sánchez publicar «Manual de la resistencia» le hizo un flaco favor: queriendo emerger como vencedor de una batalla contra todos, es el que peor parado sale. Me recuerda a un joven franquista aspirante a ministro que pensó que una tesis doctoral sobre San Agustín podría ayudarle.
Pero careciendo de conocimientos sobre ello, contrató a un experto que se la escribiese. Éste, que tenía tantos saberes sobre la patrística como mala leche, hizo un trabajo impecable, pero trastocando las citas latinas, y como por aquel entonces la lectura de una tesis doctoral era un auténtico examen, el aspirante sudó tinta al defenderla.
Le dieron un aprobado raspado e incluso llegó a ministro más tarde, mientras Sánchez ha llegado a presidente del Gobierno con una tesis doctoral summa cum laude de copia y pega. ¿Qué le impulsó a meterse en el berenjenal de un libro?
Pues lo único que le impulsa: el poder, con algún otro interés colateral, como saldar cuentas con la vieja guardia socialista, advertir a los barones actuales que ha superado todos los intentos de desbancarle y, algo muy curioso, muy personal, que sólo emerge en ese párrafo donde dice que quiere ser conocido por algo más que su atractivo físico y se reconozca su inteligencia y capacidad. Lo que apunta a complejos de inferioridad y superioridad dignos de estudio por un experto.
Si era ése el último objetivo del libro, el fracaso es rotundo: confundir Fray Luis de León con San Juan de la Cruz le hubiera valido un suspenso en el bachillerato, como equivocarse con Einstein y Hemingway, le convierte en un name-dropper, un pedante que deja caer nombres famosos para presumir.
Que es lo que más se aproxima a su personalidad. Estamos ante un snob, un «trepa», que alcanza sus objetivos a base de tenacidad, astucia y falta absoluta de principios. Sánchez vampiriza cuanto tiene a su alcance, convirtiendo rivales en aliados y viceversa, según el lugar y las circunstancias aconsejen.
Particularmente significativo es que, tras usar la táctica de tierra quemada con Rajoy y acusarle de no ser una persona decente, nos sale con que admira sus dotes de estadista e incluso con que mantienen una relación amistosa, lo que supongo habrá provocado una sonrisa irónica en el aludido.
Todo ello entra en la farsa que la política lleva consigo. Lo inadmisible es la relación de «complicidad» que se atribuye con el Rey. Que haya conversado con él frecuentemente era obligatorio en su cargo. Que presuma de compadreo demuestra ignorar que los reyes no tienen amigos, y Felipe VI, menos que ninguno.
Estamos ante otro intento de colarse en la estela real, como en la salutación de Palacio. Que lo haga un advenedizo que nunca defendió la Monarquía y se ha aliado a quienes intentan derribarla es el colmo de la desvergüenza. El Rey no se ha molestado en rectificarle. Sus palabras sobre la ley y la democracia en la convención de juristas muestran la distancia sideral que existe entre ellos. Tipos así acaban evitados por todos.

José María Carrascal ( ABC )

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