domingo, 30 de mayo de 2010


Foto:El Gobierno cadavérico de  Zapatero,con su presidente zombie en el centro.

Después de la votación del decretazo en el Congreso, el Gobierno Zapatero camina con respiración asistida y carece del menor crédito.




Ni externo: como lo demuestra el férreo marcaje de las instituciones europeas, o la implacable descripción de la soledad del PSOE hecha por los grandes rotativos, como The Times o Frankfurter Allgemeine Zeitung.



Ni tampoco interno: en el PSOE se ha abierto el debate sucesorio. algunos quieren "darle la vuelta al Ejecutivo como un calcetín" y se barajan varias opciones, incluida la posibilidad de que Zapatero solo se presente para que pierda.



En cualquier caso, la posibilidad de apurar el margen que queda de legislatura, como apuntaba ayer una optimista De la Vega, se torna misión casi imposible.



De ahí la pertinencia de la posición del Partido Popular. A diferencia de lo que hizo con el Plan E o el FROB, Rajoy supo estar a la altura en la sesión del decretazo en el Congreso.



Se ha opuesto antes, durante y en el momento decisivo, lo cual le honra como jefe de la oposición. La negativa popular a pasar por el aro no sólo era necesaria desde un punto de vista político, sino como símbolo de la alternativa real al desgobierno Zapatero que postulan desde Génova.



El tímido recorte de gasto que acaba de aprobarse en el Parlamento -a todas luces insuficiente- va más allá de una cuestión puramente macroeconómica. Supone la gran prueba de fuego del Ejecutivo, la portezuela tras la cual puede colarse ya cualquier iniciativa gubernamental, por descabellada que ésta sea.



Por eso Zapatero se lo ha tomado tan en serio; por eso la disciplina de voto de su grupo se ha intensificado hasta extremos que no se recuerdan en la bancada socialista (con las consignas de vigilar a los compañeros por mails); por eso Moncloa ha suspendido todos sus compromisos internacionales.



La minoría convergente ha entendido mejor que nadie el estado de guerra no declarada y se aprovecha de la feliz circunstancia de tener al Gobierno de la Nación rendido a sus pies.



Pocas veces una abstención había sido tan provechosa para quien se abstiene.



Con un Gobierno sostenido sólo por la inercia y la sed de poder de sus miembros y asociados de ocasión, la única vía que queda es convocar elecciones y que los españoles elijan un nuevo capitán que, como programa de mínimos, ni mienta, ni nos machaque a impuestos, ni viva en Babia.



Ha llegado la hora de todos, lo ha hecho con casi dos años de adelanto, y que este pueda convertirse en uno de los Gobiernos más breve de toda la democracia se debe en exclusiva a la obra de su mentor: José Luis Rodríguez Zapatero.



Un auténtico récord. En sólo dos años, de 2008 a 2010, la economía española se ha despeñado como ninguna otra de la OCDE.



Elena Salgado ha pasado en un año de anunciar los brotes verdes al amargo trago de pronosticar más paro (19,4%) y menos crecimiento (-0,3%).



El combinado letal de un tejido productivo poco competitivo y con sus recursos mal asignados, con un Ejecutivo inepto y de nulos recursos humanos es el responsable de este aterrizaje forzoso.



¿Qué esperar de un Gobierno cadáver que, falto de oxígeno de los apoyos parlamentarios, va a ser incapaz de superar las dos próximas pruebas que tiene por delante: el Debate del Estado de la Nación en julio y los Presupuestos Generales, en septiembre?



La salida razonable y democrática a un colapso como el que padecemos sólo puede ser la convocatoria extraordinaria de elecciones, porque no otra es la herramienta para relevar a los gobernantes si así lo deciden los votantes.

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