martes, 27 de abril de 2010

Garzón como test del estado del régimen

¿Queda alguna normalidad en este reino de pícaros y arrebatacapas donde toda granjería y tartufismo tiene su asiento?

Como no soy jurista, aunque tenga mi opinión provisional, no voy a valorar si el magistrado Varela tiene o razón o no en su auto inculpatorio, o si el juez Garzón será definitivamente procesado y acaso condenado por el Tribunal Supremo por delitos de prevaricación y cohecho. O si debe o no ser recusado el juez instructor como acaba de solicitar el imputado.

Pero es evidencia de razón que no estamos ante un proceso "normal", si es que queda alguna normalidad en este reino de pícaros y arrebatacapas donde toda granjería y tartufismo tiene su asiento.
Hasta Felipe X quien sufrió muy directamente las iras vengativas y el despecho del super-juez sale ahora inopinadamente en su defensa, ¿por qué?
Mucho nos tememos que el asunto no es un caso PSI o de metapsíquica, sino que tiene una explicación racional aunque no pueda ser confesada. A lo largo de su extraña carrera con compañeros de viaje de quita y pon, el juez Garzón ha tenido oportunidad de conocer a fondo la vida y milagros de muchos de los próceres de la clase dominante sin olvidar las cloacas del régimen. Lo que don Mario Conde llamaba "el Sistema". Y por ello quizás se cree inmune e irresponsable. Pero del rey abajo ninguno.
Puede que tenga en sus manos la escasa credibilidad que le queda al reino de España mientras en lo económico esta sufrida nación espera su turno de descabello en la cola del matadero mirando de reojo la suerte de Grecia.
Pero haciendo un poco de memoria histórica sui generis, en la desmesura con ribetes de esperpento de la peripecia Garzón podemos descubrir también la de un entorno histórico que acaso explique muchas de las cosas que nos pasan. Y en su evolución, la de las últimas décadas de la historia de España. De lo que ha podido ser y desgraciadamente no ha sido.
Es sabido que Garzón procede de extracción social humilde lo que da más mérito a su lucha contra las dificultades para prosperar y abrirse camino en la vida. El niño Baltasar que hasta los once años iba descalzo a la escuela, que cuando tenía que ir al médico a la capital se buscaba entre sus primos quien le dejara un par de zapatos, no se acobardó y luchó valientemente, empleó con éxito las posibilidades que el régimen del malvado caudillo ofrecía a los niños de familia humilde, pero valiosos y competentes, para estudiar con becas y prosperar en la sociedad española y luego terminó meritoriamente la carrera de Derecho y se hizo juez.
Todo un ejemplo de éxito de la política pro igualdad de oportunidades que no debe desperdiciar ningún talento por razones económicas. Pero el niño Baltasar no olvidaba el frío de los inviernos entre los olivares de dueño ajeno, ni el fuego sofocante entre rastrojos socarrados. En un lugar de su corazón permanece el resentimiento genético por las viejas injusticias sociales. Un drama personal al que no resulta ajeno el de muchas personas del peculiar socialismo hispano al que como al tonto de la linde, la linde se acaba y el tonto sigue. Gentes que imitadores de la mujer de Lot prefieren mirar hacia atrás que no mejorar el presente y contribuir a un mejor futuro.
Como juez de la Audiencia tiene oportunidad de mejorar su autoestima y la propia estima social. Y lo hace a su manera, sino con galanura, fineza y precisión jurídica, sí con valentía. No se inmuta cuando se encuentra un gato muerto en su cama.
Un juez debe servir a la Ley como instrumento material de la Justicia. Como "el buen juez" del famoso relato azoriniano a veces cabe el descargo de conciencia para tratar de servir a la Justicia superando la literalidad de la letra, la materialidad de la Ley. O como los antiguos cabalistas que creen que las letras tienen alma y que el mensaje real se produce cuando al cuerpo literal se le insufla el espíritu que la vivifica. Pero el golem puede quizás convertirse en un monstruo donde reinan la arbitrariedad o el despotismo.
Por eso en la tradición jurídica romana, tan diferente a la anglosajona, el legislador procura atar corto a los juzgadores o aplicadores de la Ley en evitación que los excesos de discrecionalidad degeneren en insanas ocurrencias o perniciosa arbitrariedad y, al cabo, en inseguridad jurídica para la sociedad en general y los justiciables en particular. Y acaso, un cuarto de siglo después en esas estamos ahora. El sueño de la Transición produce monstruos.
Paradojas de la vida. Horror de la plutocracia hispana de uno y otro sexo. El niño Baltasar que iba descalzo a la escuela acaso tiene en sus manos la suerte de ciertas fortunas cuando no botines, dicho sea sin segundas intenciones, y lo poco que le queda de credibilidad a las instituciones del reino. Por detrás de las algaradas tan oportuna y rumbosamente orquestadas, se adivina el mucho miedo y puede que también mucha complicidad disfrazada de sensibilidad humanitaria y solidaridad entre el rojerío retroactivo para tratar de salvarle de este trago amargo, que ya han vivido los Colón y Prado de Carvajal, De la Rosa, Rubio, Barrionuevo, Perote, Rodríguez Colorado, Roldán....
Pero al cabo, al igual que la famosa sentencia del penoso Tribunal constitucional sobre el Estatut catalán, el resultado del caso Garzón va resultar un "test de calidad y fatiga" del régimen o lo queda de él, pues parece, y el propio Garzón personifica el proceso, que estamos al final de un ciclo histórico.
¿Qué pasará?
Ojalá me equivoque, pero es de temer que las instituciones saldrán debilitadas una vez más. Suma y sigue.
alfonsodelavega.com

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